Vemos por televisión, con el color de ahora y el blanco y negro de antes, la semejanza de los refugiados sirios, paquistanís, somalís y bangladesís con los refugiados catalanes y españoles a finales de la guerra, en febrero de 1939. Escenas horribles y sobrecogedoras. En nuestro exilio forzoso, más de medio millón de tropa, heridos, enfermos, mujeres con niños y viejos se amontonaban en la frontera francesa esperando poder entrar en el país de la 'liberté', 'égalité' y 'fraternité'. Un Gobierno criminal desplazó 50.000 gendarmes a lo largo de toda la frontera para impedir el paso de nuestros refugiados. Quince días a la intemperie en un helado mes de febrero, con lluvia y aguanieve, convirtieron esa espera en agonía y la muerte de frío y hambre de docenas de personas, adultos y niños. La entrada en Francia no fue menos penosa, abandonados en la arena de las playas, con unas condiciones sanitarias y una alimentación de extrema miseria y sin agua potable. Quiero pedir al alcalde de Perpiñán y al primer ministro francés, Manuel Valls, nacido en Barcelona, lo que no ha hecho nunca el Estado francés: un reconocimiento de las atrocidades de su Gobierno en 1939 contra de los refugiados de la guerra civil española, acompañado del correspondiente acto de disculpa. Las víctimas de aquel horror lo están esperando.
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