Uno de los valores más destacados de los que ha gozado nuestro país ha sido la sanidad universal, la capacidad del Estado para desarrollar un sistema de salud lo bastante fuerte y organizado para atender a todos los ciudadanos. Últimamente asistimos atónitos a una serie de actos reivindicativos que hace unos años no se hubieran planteado. La hepatitis C cuenta por fin con un tratamiento efectivo, pero no se proporciona a los enfermos. Mientras se invierten miles de millones de euros en los AVE fantasma, los ciudadanos pierden sus derechos. La palabrería del año electoral se confunde entre el sufrimiento de nuestros semejantes. Hoy más que nunca se pone de manifiesto que, para el Gobierno, quizá, el ciudadano es más voto que persona. El infame descenso de la ética más elemental es una de las mayores preocupaciones en estos tiempos de niebla urbana. Por favor, miren en sus corazones, y si no encuentran nada, miren en los de otros. Pero el sufrimiento con una solución a tres pasos no tiene sentido en un Estado democrático.
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