Las vueltas y giros que da y nos hace dar la vida. Hace unos días apareció por nuestro bar un vecino que tenía un despacho de abogados en los alrededores. Estaba casi irreconocible por su aspecto sucio y desaliñado, sus ojos azules se mostraban casi inertes, sin expresión. Estaba en estado de choque. Por mediación de otro vecino, supimos del fallecimiento de su mujer. Contactamos con servicios sociales. Nos advirtieron de la escasez personal y de que se demorarían. Esperamos. Mientras, nuestro vecino seguía en nuestra terraza, a ratos sentado, a ratos paseando, entonando su discurso sin fin, desorientado y fumando sin parar. Más que una demora, lo de servicios sociales fue un olvido: aún los esperamos. En su discurso, nuestro vecino paseaba por la calzada como si estuviera en un juzgado y miraba perplejo a quien le avisaba de que tuviera cuidado con los coches. No lo atropellaron de milagro. Esa noche, pidió dormir dentro del bar. Mi marido se negó. Hizo noche en la puerta de entrada. Cuando yo abrí, allí me lo encontré, hablando solo, cartera en mano y traje sucio de Carolina Herrera. Llamamos al 112 y vinieron dos agentes de la policía. Lo primero que dijo uno fue: «Yo no me lo puedo llevar a mi casa». Les increpé por su actitud altanera y su falta de atención al ciudadano, tanto a nuestro vecino como a nosotros. Los que actuamos como asistentes somos los que abrimos a diario nuestros negocios sin protección ni ayuda. Nuestro vecino se fue y los policías, también. Parece que entre sus obligaciones no está el deber del socorro.
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