Crecí adulta, porque preferí la lectura, el conocimiento adulto y desperdicié mi inocencia en la niñez.Así, sufrí con teleseries sobre el nazismo, me identifiqué mucho con los judíos del genocidio y busqué e indagué hasta enfermar de horror. Con 10 años sentí el primer estrujamiento de corazón un día de 1982 cuando vi en las noticias cómo se amontonaban los cadáveres de niños de mi edad y mucho más pequeños. Lloré en silencio, busqué en silencio, indagué... Había sido Sabra y Chatila. Volví a enfermar de horror.
Con 15 años llegó el segundo estrujamiento de corazón un día de diciembre de 1987. La primera Intifada. Recuerdo imágenes que aunque cerrara los ojos estaban allí, negándose a marchar, culpándome por haberlas presenciado, el sonido de brazos y codos desgarrados y truncos de jóvenes palestinos: de lo que se trataba era de destruirles cualquier posibilidad de defensa con el artefacto más temido por parte de los soldados israelís: la piedra.
Investigué, escribí, dibujé, reproduje e hice ensayos y ponencias que nunca me habían pedido que hiciera, pero quería escribir sobre ese dolor que vi en los rostros de los palestinos. Hoy ya no tengo estrujamientos de corazón, ya no tiene mi corazón ni rezumo de esperanza de una paz duradera y me vuelvo a sentir culpable de presenciar y no poder hacer nada, por este motivo, para que merme este dolor, escribo.
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