En el rifirrafe que el lunes sostuvieron en sede judicial el abogado y expresidente del Barça Joan Laporta y el también letrado y exinquilino de Alcalá-Meco Mario Conde, a propósito de querer expresarse en catalán el primero, me sorprendió cuando el segundo le inquirió si sabía gallego. Me dejó de piedra, don Mario, porque sospecho que usted tampoco habla la dulce lengua de Rosalía. Tiempo atrás, Conde solía participar en TVG en acalorados debates en los que jamás hablaba gallego. También Rajoy responde siempre en castellano cuando le entrevista la cadena autonómica. Me consta que en mi tierra gallega hay preocupación por la regresión del gallego, como sucede con otras lenguas minoritarias, condenadas según la Unesco a desaparecer este siglo. El castellano o español, igual que otras lenguas hegemónicas, se defiende solo. Hablar más de una lengua nos aleja del aldeanismo y, dicen, es bueno para la salud mental. El desaparecido político y escritor catalán Francesc Ferrer Gironès me solía repetir que la lengua «es la esencia y el alma de una cultura» y que hablar en catalán, o en otra lengua cualquiera, es «un simple ejercicio de amor y no de desprecio».
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