Se cumplen 75 años de la invasión nazi de Polonia, y es simbólico que el flamante presidente del Consejo Europeo sea el polaco Donald Tusk. La crisis económica que comenzó a asolar Europa en el 2008 se evidenció en el fuerte aumento del desempleo, especialmente en el Mediterráneo, que paralizó a sociedades que venían en una marcha bastante vigorosa, lo que ha transformado algunos mecanismos de las relaciones sociopolíticas. Las políticas económicas de austeridad provocaron un hartazgo de los clásicos partidos en algunos sectores sociales, principalmente entre los jóvenes, lo que fue aprovechado por partidos de corte populista, que convergen todos en la fobia al poder de la Europa supranacional.
Otra vía de escape ha sido la endogamia cultural regionalista que se refleja en el aumento del nacionalismo independentista, principalmente en Escocia y Catalunya. Europa ya tocó fondo una vez y no puede olvidar; el mínimo brote del discurso radical tiene que reactivar nuevamente la política europea para que no se estanque en sus estructuras de partido anquilosadas. Europa debe comprender que hace falta una mayor modernización para impulsar las esperadas políticas de estímulo hacia la recuperación, todo dentro de sistemas de partidos cada vez más centrípetos en todos los niveles. La celeridad es imperiosa ante el todavía manejable desafío populista. Ya se han dado pasos: unificación bancaria, una relativa mayor elección democrática de los cargos ejecutivos de la unión. En relación con el funcionamiento cercano y equilibrado entre partidos, la gran coalición entre socialistas y demócratas cristianos en el actual gobierno de Alemania es un buen presagio.
Esta crisis, este resurgir de la insatisfacción y su consiguiente extremismo emocional-ideológico pueden ser las situaciones que empujen a Europa hacia sí misma, en la aceleración del proceso integrador que fatigosamente comenzó hace 63 años. La vieja Europa solo puede sobrevivir mirando hacia un futuro cada vez más libre e interconectado, pero sin intoxicarse por el idealismo, y debe sonar incesante el oscuro recuerdo del totalitarismo.
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