De nuevo oigo en las noticias que un empresario dice que los parados, pobrecitos, preferirían más flexibilidad. Suena bien, pero es una trampa: la flexibilidad de la que habla el empresario no supone que el trabajador tenga un horario que le permita conciliar la vida familiar o los estudios con el trabajo; la flexibilidad que propone el empresario es la de contratos que se adapten a sus propias necesidades. Contratos de cinco horas semanales, por ejemplo: no permiten vivir con dignidad pero, pobrecitos parados, mejor eso que nada. Este argumento presupone que es mejor tener tres pelos que ninguno, pero lo cierto es que uno sigue siendo calvo, en este caso precario, con un trabajo que no cubre las necesidades básicas. Todo el mundo sabe que en las relaciones de pareja, cuando va mal, salvo excepciones, la culpa es de las dos partes; sin embargo, en esta relación desigual entre trabajador y empresario la culpa siempre es del primero: quiere cobrar mucho y no está dispuesto al sacrificio. Pero es posible que frente a una clase trabajadora cada vez más preparada tengamos una patronal sin ideas más allá de recortar sueldos para que sus ganancias sigan siendo las mismas, sin invertir, sin innovar, es decir, mediocre.
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