A raíz de una carta mía publicada el pasado 7 de abril, en la que cuestionaba los antidisturbios de los Mossos, se generó cierto debate. En mi opinión, hay dotaciones de los Mossos muy útiles, como las que tratan la violencia machista, las mafias o los asesinatos, pero desapruebo el trabajo de los antidisturbios porque sirven principalmente para ejercer un control social a favor de las élites económicas. Si se busca en internet «el Síndrome de Sherwood» se encuentra el trabajo de fin de máster del comisario David Piqué. En él expone técnicas para desprestigiar manifestaciones: disponer los antidisturbios bien visibles para provocar o no intervenir, permitiendo que las minorías que rompen mobiliario público puedan hacerlo y conseguir así que, tras las cargas, los detenidos se encuentren con una opinión pública consternada por los hechos. Esto es lo que observamos en cada manifestación crítica con los gobiernos o los poderes económicos. Evidentemente, la mayor responsabilidad de lo que hacen los Mossos recae en Interior, pero en cuanto a las malas praxis, no deberían defenderse corporativamente, sino asumir los errores para no desprestigiar al cuerpo. Las criticas son una prevención contra las conductas inaceptables.
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