Jueves, 10 de julio del 2014 Núria Carreras (Banyoles)

A pesar de ser de Muface (Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado) y poder optar a tener la asistencia sanitaria de una mutua, siempre he elegido la Seguridad Social. Por dos motivos. Uno, ideológico: creo en una sanidad pública, de calidad y para todos; el otro, práctico: entre efectividad y comodidad elijo la efectividad, y estoy segura de que hasta ahora era de mayor calidad la asistencia pública que la mayoría de las privadas. Pero hace unos días tuve un pequeño accidente y tanto el médico como el enfermero me recomendaron que acudiese rápidamente a una mutua: la sanidad pública se está deteriorando a un ritmo alarmante y hacer una sencilla ecografía podía tardar meses. Me explicaron que esto era especialmente grave en Girona, al tener solo un hospital grande de referencia, el Trueta. Veo con una mezcla de tristeza y rabia cómo se está deteriorando un sistema público que era un orgullo para los ciudadanos, y que ahora todavía aguanta por los profesionales vocacionales que trabajan con entusiasmo a pesar de los recortes tanto de medios como de sueldo. ¿Cómo podemos permitirlo? No pienso ir a una mutua, porque yo puedo, pero ¿y los que no pueden? ¿Habrá una sanidad para ricos y otra para pobres? ¿Es ahí hacia donde vamos? Ah, y que nadie me diga que esto también es culpa de Madrid. Aquí tenemos un gobierno que gestiona un presupuesto y marca unas prioridades. Quizá no se acuerdan, ocupados como están en el Procés. Los ciudadanos deberíamos recordárselo. Si no, ya sabemos lo que nos espera.

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