Imagínense a Dios mostrándose en carne y hueso estos días en la Santa Sede. Además de aconsejar el retiro de algunos cardenales y propinar algún rapapolvo por los obvios fallos en la aplicación de su doctrina, les traería, sin duda, unas nuevas tablas de la ley. Ordenaría, entre otras cosas, un santo retiro en las obligaciones eclesiásticas de sus ministros basándose en sus condiciones intelectuales y físicas, como en otras muchas profesiones. Estoy convencido de que Dios dejaría encargado un plan renove en el apartado de recursos humanos de su Iglesia. De esta manera, aires renovados y menos contaminados anunciarían la esperada fumata blanca en la plaza de San Pedro. Vemos estos días que, entre los candidatos a santo Padre, el que no cojea, renquea. Y es que, a ciertas edades, conviene más la paz y el sosiego que el enfrentamiento a grandes retos intelectuales y espirituales.
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