Al leer la carta Tonto, no, disléxico, de José Manuel Arca (17 de noviembre), volví varios años atrás en mi infancia, y recordé varios momentos que viví entonces similares a los que describe. Situaciones llenas de incertidumbre, pena, insociabilidad, a veces incluso vergüenza de mí misma. El cúmulo de todo ello poco a poco te va destrozando la autoestima. Sí, soy disléxica y al principio no entendía lo que me pasaba, al igual que el niño de la carta. Pero he luchado mucho por salir adelante y no ser lo que la sociedad en realidad buscaba en mí en aquel entonces, otro caso, uno más, de fracaso escolar. Eso es lo que se hacía conmigo en clase, apartarme porque no podía seguir el ritmo de los demás. En esta vida he tenido muchos problemas por la dislexia, pero gracias a mi familia y a gente encantadora que he encontrado en mi camino he salido adelante.
Soy maestra de Educación Infantil, y el año pasado me saqué la especialidad de pedagogía terapéutica. Y ahí me di cuenta realmente de lo que la gente entiende sobre dislexia y de cómo piensan y actúan. Sobre todo me refiero a gente que no tiene sensibilidad ni profesionalidad. Mi profesor de la asignatura de dislexia no quería aprobarme, veía como un insulto (un gran problema) tenerme en su aula cada día. Gracias a otras grandes personas que no lo vieron así, sino como un reto, un mérito y un esfuerzo, pude salir adelante. Porque no soy tonta, ya que tengo más creatividad que muchas otras personas, y otras habilidades que admiro. No somos enfermos, ni tontos, solamente nos cuesta un poco más que al resto del mundo actos como comprender, expresarnos, leer, escribir…
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