Viernes, 9 de octubre del 2015 Carmen Romero (Riudoms)

Después de las elecciones catalanas no dejo de preguntarme quién es peor, si los que manipulan o los que se dejan manipular. El 27-S voté en libertad después de haberlo meditado muy bien, ya que tengo que confesar que dos días antes de las elecciones aún no tenía claro a quién iba de dar mi apoyo más allá de que mi opción no era independentista. Acabé votando por una formación de izquierdas en cuyo programa electoral se hablaba de propuestas sociales y del derecho a decidir, cuestión que a mi modo de ver sería la única solución para desbloquear la fractura social y encajar de una forma más justa las relaciones entre Catalunya y España, si aún estamos a tiempo. Mi sopresa es cuando los independentistas se quieren apoderar de mi voto porque no les salen las cuentas. Deben de tener la sensación que todos hemos tenido alguna vez, cuando nos suspenden un examen e intentamos repescar aquellas décimas necesarias para ser aprobados. Dudo mucho de que un elector con aspiraciones independentistas acabe votando a una formación que durante la campaña se ha posicionado claramente en contra del movimiento. Además, justo antes de las elecciones los independentistas tildaban a esta formación de fachas, españolistas, unionistas y un sinfín de insultos más. La desfachatez de unos y otros parece no tener límites: los que siempre habían defendido estas elecciones como un plebiscito, ahora se aferran a su mayoría de escaños dentro del contexto de unas elecciones autonómicas y los que defendían que esto no eran más que unas elecciones autonómicas ahora se aferran al plebiscito. ¿A quién quieren engañar? Solamente al que se deje manipular.

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