Los sirios huyen de su propio país, ya no aguantan, ya no pueden luchar más; es más, ya no saben contra quién deberían luchar. ¿Cuál es la solución? Vallas, muros cada vez más altos. ¿No es suficiente el muro que ya tenemos? Ese muro interno que va desde los ojos hasta el corazón, que provoca que no sintamos compasión ni pena, que nos borra la humanidad. Queremos que se abran las fronteras, que los gobiernos hagan algo y ayuden. Pero ¿quién abrirá las fronteras que nos hemos creado nosotros mismos? ¿Quién de nosotros se atrevería a recibir a cualquier humano con los brazos abiertos? Hasta que ese muro sea derribado nuestra humanidad no saldrá por completo, por ahora respiramos un poco gracias a ciertas grietas que se forman en los muros de ciertas personas, pero debemos espabilar o si no moriremos ahogados en nuestra propia oscuridad. Todo país con historia ha pasado por lo que pasa Siria ahora, todos tuvieron que emigrar por una u otra razón, y ¿de qué nos sirve la memoria si no recordamos por aquello que pasamos? Si no aprendemos de los errores, si no intentamos cooperar, ¿de qué nos sirve ser humanos?
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