En enero del 2015, el pueblo griego optó por la alternativa de Syriza, buscando desesperadamente salidas a la situación generada con la gestión de Nueva Democracia y el Pasok. Siete meses después, Alexis Tsipras ha dimitido como primer ministro, tras suscribir un tercer rescate, pese a haber ganado un referéndum con el 62% de apoyo. Tsipras puede haber hincado la rodilla, pero en Grecia no ha faltado, ni falta, democracia. Los griegos optaron por una determinada política, pero su voluntad se vio contravenida por los efectos del quehacer del supuestamente independiente y apolítico Banco Central Europeo. ¿De qué vale elegir opciones políticas democráticamente si son sometidas por entes no refrendados por el sufragio universal? Europa tiene hoy una moneda única, pero todo parece supeditado a ello; cada vez hay mayores desigualdades entre sus países. La antigua CEE ya no es una unión de países velando por los intereses comunes de sus pueblos, sino una imposición de las políticas de unos países sobre otros. Parece haberse olvidado la célebre cita de uno de los padres del europeísmo, Robert Schumann: "Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho". Preservar un libre mercado bajo una moneda única no cumple con los requisitos del sueño europeo; para decenas de millones de ciudadanos, es insuficiente y casi una pesadilla.
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