Hay ocasiones en las que los padres, en su intento por educar, son demasiado protectores. Si no le dan al niño la oportunidad de que se equivoque, jamás se despegará de sus faldas. Se avanza por el error y la desilusión, porque entre lo que espera y lo que se encuentra, ahí se va generando la inteligencia, el deseo. Una madre se quejaba de que su hijo se equivocaba, que se tenía que espabilar, que no sabía hacer nada solo. Su hijo tenía 18 años y en tan sólo diez minutos vi cómo hablaba por él, lo interrumpía, le regañaba y lo ridiculizaba. Más allá de las necesidades, hay una persona que demanda pronunciarse, perfilar sus gustos, sus decisiones. Es importante el concepto de persona, un hijo no es algo suyo, es un proyecto de vida. A veces se utiliza a los hijos como tapadera para no hablar de ciertas cuestiones que tienen que ver con uno mismo, llegar a convertirlo en una prolongación suya, debido a frustraciones que arrastra, y que pretende que a través de su hijo se resuelvan. Niños grandes, en los que no se corresponde la edad cronológica con la mental. Hombres y mujeres del futuro que algún día tendrán que contribuir a que el mundo sea más justo, con igualdad de oportunidades, un lugar donde poder transformar la realidad a través del trabajo, donde acompañarse por otras personas. Nadie está vacunado contra la vida, todos hemos de construir nuestro camino y si lo detenemos a cada paso el camino caerá bajo sus pies.
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