En la república bananera donde me exilié obligado por la crisis-estafa española, el Gobierno hizo justo lo contrario de lo que le aconsejaban el FMI y el Banco Mundial: inversión masiva en obra pública, subvenciones y bajos intereses para vivienda social, derribo y reconstrucción de barrios en decadencia, pensión del 25% del salario mínimo para cada anciano aunque nunca haya cotizado... sin ni siquiera acercarse al límite de endeudamiento que el propio país se marca. ¿Por qué? Porque como resultado de esta macroinversión pública el paro está por debajo del 4%, la gente tiene dinero para gastar y la economía no ha dejado de crecer, con una previsión de un 8% para el 2014. Esa república bananera es eso, una república, o sea que ni reyecitos ni princesitas ni cortes de chupópteros. Por cierto, tampoco Ejército, así que nada de gastos astronómicos para defendernos de enemigos imaginarios. Los medicamentos se venden por unidades, pastillita por pastillita y vial por vial. Los mayores tenemos un 25% de descuento en restaurantes, atención médica privada, medicinas y otros muchos bienes y servicios. Y los libros de texto no caducan y se traspasan de curso en curso, ya sea entre parientes de distintas edades o bien en establecimientos que los revenden a precios de saldo. Si el texto requiere alguna actualización, el propio colegio imprime las hojas renovadas y las reparte entre el alumnado. ¿Corrupción? Nada que ver con el macrolatrocinio español. No es casualidad que España esté en la ruina, no solo económica, sino también moral. Por supuesto que esta república bananera no es el paraíso, pero me parece infinitamente más civilizada que esa España tan moderna, tan desarrollada y tan democrática, en la que el Gobierno roba a la gente para engordar a los bancos y un día te levantas y te enteras de que el Parlamento, deprisa y corriendo, ha enmendado la intocable Constitución para poner el pago de la deuda por delante de los derechos ciudadanos.
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