Resulta incomprensible que el Gobierno y buena parte de los políticos españoles se empecinen en ignorar hechos fundamentales de la realidad política en Catalunya, refugiándose en una lectura mezquina de la Constitución. Su actitud a la defensiva, numantina, contrasta con la que mantuvo en su día (en dos ocasiones diferentes) el Gobierno de Canadá con Quebec, o la del Reino Unido con Escocia. Da la impresión de que la negativa ciega a la celebración de una consulta en Catalunya, como si implicara una declaración de independencia en sí misma, obedece a que dan la batalla por perdida de antemano. Lo que paradójicamente demuestra una falta completa de confianza en la bondad de la propia idea de España. Les faltan argumentos, convicciones sólidas, visión política y sentido de Estado. Algo que sí se dio en las primeras fases de la transición española a la democracia.
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