Miércoles de cine, corriendo para llegar casi una hora antes y poder sentarme en la butaca antes de que empiece la película. Mientras espero voy mirando la cartelera. De 15 películas, 11 son americanas. En ese momento se me presenta una disyuntiva; quiero ver luces, explosiones, bombas y bellas actrices o por el contrario quiero ver detalles, emoción, mensaje y buena actuación. ¿Por qué nos gustan tanto las grandes producciones? ¿Por qué nunca se les da tanta importancia a las películas de bajo coste, de guiones elaborados, con mensaje, con finalidad? Me parece que voy a escoger la segunda opción. Después de haber visto El Lobo de Wall Street, me quedó bastante claro que cada vez se desean más aquellas historias cuyos protagonistas no sufren las consecuencias ni morales ni económicas de sus actos. Solo navegando por la red, puedes encontrar fácilmente vídeos promocionales de películas americanas o de otros lugares del mundo que pasan desapercibidas para el espectador corriente. Pero si por fortuna las consigues ver, las recuerdas durante mucho tiempo; se te graban, solo una imagen, unas palabras, una banda sonora bastan. No te quedas con el regusto en la boca de haber participado en incontables fiestas, de haber visto mucha sangre o de haber presenciado grandes explosiones.
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