Si yo fuera como Albert Boadella, que dice que sin el catalán habríamos sido más felices, podría afirmar que sin el castellano habríamos sido más felices. ¿Por qué? Porque nadie habría tenido que oír aquello de "¡Rojos, hablad en cristiano!"; no habrían desaparecido de Latinoamérica unos 300 idiomas indígenas; los hablantes de catalán, gallego y euskera no habríamos sufrido la persecución de nuestra lengua y la imposición de otra, aunque haya sido simplemente mediante un ahogamiento silencioso a través del bilingüismo. Es más: podría decir que si no hubiera existido Castilla, habríamos sido más felices, porque Catalunya y Aragón no habrían tenido que fundar la Corona de Aragón para protegerse de Castilla; no se habría exterminado a millones de indígenas en toda América latina (a los del Caribe los asesinaron a todos); nos habríamos ahorrado algunas guerras (la de Sucesión en 1714, la guerra civil española...) y no tendríamos que luchar para evitar que el catalán acabe como el bable. Pero como yo no soy como Boadella, solo digo que si no hubiera ansias de poder y dominio de unas naciones sobre otras y nadie quisiera imponer su idioma (sea español, inglés, árabe...) a otros que ya tienen el suyo, seríamos más felices.
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