Estamos inmersos en una masificación 'castellera'. Si antes nos quejábamos de poca presencia en los medios, ahora la revolución tecnológica ha llevado a los 'castells' a todos los rincones. Me pregunto si es beneficioso. La zona tradicional castellera sigue siendo el Camp y el Penedès. En los 70, los castells cruzaron el Llobregat y arraigaron en Barcelona y el Vallès. Desde entonces, los 'castells' han sido una herramienta para inculcar valores en todas las comarcas: están abiertos a todo el mundo y en las colles no se distingue por sexo, edad, ni condición física. Había 'colles' de comarcas, ciudades o barrios dependiendo de la población. Una situación, a mi juicio, idónea. Hasta que se desarrolló la burbuja de los castells. Hoy podemos encontrar 12 colles solo en el Baix Llobregat. Muchas veces la gente cree que hacer 'castells' es fácil: va, nos juntamos, reímos y empezamos a hacer castells. Por eso muchas de las colles nuevas tienen corta vida: el número de castellers aumenta los dos primeros años y desciende a partir del tercero. El boom casteller es una moda. Y es que los 'castells' no son solo la construcción humana. Implica mantener una entidad social heterogénea, hacer lo imposible para cuadrar presupuestos a lo largo de la temporada, mantener reuniones larguísimas con ayuntamientos, diputaciones y patrocinadores... Pero, sobre todo, significa transmitir unos valores de nuestra tierra hacia el mundo. Y a mí me entristece ver que, como setas, surgen colles que después desaparecen.
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