He leído que unos padres británicos donaron los órganos de su hijo sabiendo que nacería con una malformación llamada anencefalia. El niño, tras el parto vivió hora y media, y cuando murió, le extrajeron sus riñones. El trasplante en bebés plantea muchos problemas técnicos y los primeros casos viables datan de hace muy poco. En el caso que comentamos los médicos tenían bastantes reservas y fue la insistencia y determinación de los padres la que puso en marcha un proceso, finalmente exitoso, del que se benefició otro recién nacido. Cuando se detecta en el vientre de una madre un feto con malformación incompatible con la vida, el sistema público de salud español, pionero en lo que a donación de órganos se refiere, podría ofertar esta posibilidad que, vaya por delante, implica una heroica generosidad. Estos casos acaban muchas veces en un aborto provocado, que siempre es traumático y que si se lleva a cabo en el límite legal, supone un parto muy parecido al que tendría lugar si la gestación llega a término. Dejar que la naturaleza siga su camino reduce problemas morales. La posibilidad que aquí se plantea puede salvar otra vida, y por novedosa no se suele tener en cuenta.
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