Llevo varios días (incluso semanas) leyendo acerca de la indignación que siente gran parte de la población de Barcelona respecto al modelo turístico que ha ido imponiéndose en la ciudad. Leo opiniones y declaraciones de barceloneses enfadados, desencantados y que quieren frenar (y si pudieran hasta expulsar) gran parte de ese turismo. Y por fin veo que prueban su propia medicina. Vivo en Palafrugell. Cada año vemos llegar a miles de turistas (en su mayor parte, barceloneses) que vienen con prepotencia, con estrés, con ansia de disfrutar su descanso a costa de molestar, hacer ruido y declarar a los cuatro vientos «¡Aquí estoy porque he venido!». Sin pensar en los vecinos, en que somos un pueblo y no un hotel, y lo peor es que nuestros alcaldes y comerciantes les consienten y tratan de fomentar ese consentimiento y esa actitud de todo vale. Mi esposa es dependienta en un comercio de Calella y tiene que aguantar las impertinencias de sus hijos, su nulo respeto e incluso robos. Pero no pasa nada, están de vacaciones... Aplíquense aquello de lo que se quejan.
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