Ya tengo una edad para recordar aquellas Ramblas de Barcelona en las que muchos barceloneses solíamos dar una vuelta, desde la plaza de Catalunya hasta el monumento a Cristóbal Colón y a la inversa. A medio camino, solíamos sentarnos en una de sus terrazas y, ¿por qué no?, disfrutábamos de la variopinta amalgama de gente que circulaba por esa avenida tan barcelonesa.
Estos recuerdos vienen a cuento de lo que me sucedió el otro día. Había quedado con un amigo en la puerta del Liceu y, como llegué con bastante tiempo, decidí esperarle sentado en una de esas terrazas nombradas anteriormente. Fue curioso, pedí de entrada una cerveza sin alcohol y muy amablemente me la denegaron con la excusa peregrina de que en la terraza solo se servía cerveza "normal". Ante esa afirmación tan rotunda, le pedí que me trajera una caña. Craso error, tampoco se servían cañas en la terraza, solo había una medida que creo recordar era algo así como tubo inglés o algo parecido. La pedí y, por supuesto, me trajo algo parecido a un pequeño barril de cerveza que imagino que es muy apreciado y demandado por los turistas. El resultado final era el que se podía esperar: seis euros y medio por una cerveza. Tengo realmente que felicitar al Ayuntamiento de Barcelona en lo que le corresponda por haber logrado algo realmente peculiar: alejar a los barceloneses de sus bares de siempre aunque, eso sí, aún nos permiten pasearnos por las Ramblas sin tener que pagar. Algo es algo.
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