Ya sé que las cosas cambian, que el tiempo pasa y nada sigue igual. Ya sé que la calle de mi infancia no conserva aquella lechería ni la carnicería de la señora Quimeta. Lo he aprendido en estos 55 años que llevo viviendo en esta tierra, desde que nací, bajo este cielo donde, a veces, sobre todo algunas noches, todavía cierro los ojos y me dejo ir ...
Ya sé que es signo de normalidad y progreso, incluso de modernidad, la aparición de nuevos estilos de vida que conllevan nuevas necesidades (o quizá es a la inversa), y poco a poco me he ido acostumbrando a la nueva Barcelona: más bares, más fiestas, más alboroto, más libertad, más anuncios, más cosmopolita, pero aún humana, solidaria y comprensiva.
Hace poco, sin embargo, ha aparecido un fenómeno (yo lo llamaría invasión) que ha roto este equilibrio natural y amenaza con destrozar, si no se detiene, nuestra identidad. Me refiero al salvajismo de unas personas que vienen de fuera y tratan esta ciudad sin respeto. Son ruidosos, maleducados, incívicos, desagradables... Ignoro cómo, a pesar de las quejas vecinales, continúan en nuestra ciudad. Quiero pensar bien, y tengo la esperanza de que, por el bien de todos, las autoridades competentes pronto tomen medidas.
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