Volar con compañías low cost tiene una sola ventaja, la económica, pero deja secuelas físicas, tras estar hacinados como sardinas en lata. Las normas impuestas por la IATA –que se cumplen a rajatabla– son siempre de mínimos, y los criterios de rentabilidad priman sobre el confort y la satisfacción del cliente. Hará más de 60 años que uso el avión como medio de transporte y puedo afirmar que la calidad se ha disparado en los dos sentidos; la clase turista se está volviendo cada vez más la del autobús regional tercermundista, y la business o primera rebosa atenciones y comodidades. Tiene que haber una aerolínea que se atreva y sea capaz de ofrecer una calidad intermedia (tipo hotel de 3 estrellas) donde el confort no esté reñido con un precio razonable y accesible tanto para los ejecutivos de las pymes como para el cada vez más importante colectivo de jubilados con cierto poder adquisitivo.
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