El contexto en el que se desarrollan estas elecciones europeas es complejo. Por una parte, la evidencia de unos partidos políticos tradicionales débiles ante el poder financiero y con la credibilidad mermada frente a los ciudadanos. Por otra, una ciudadanía que asiste atónita al recorte de sus derechos y de su libertad, consciente de que muchas de las decisiones no se toman en el seno de los gobiernos nacionales, sino en Europa.
La respuesta ciudadana a este momento crucial es variada. Algunos optan por movilizarse en partidos de ultraderecha, nacionalistas o antieuropeos, con un discurso sencillo. Otros, hastiados de los grandes partidos lastrados por la corrupción, dóciles con los desmanes del poder económico e ineficaces para aportar soluciones, miran con interés hacia los nuevos partidos que han surgido en los últimos tiempos. Partidos pequeños, más flexibles en su estructura, más cercanos y participativos y con claras referencias en sus programas al cambio, tanto del funcionamiento de los partidos como de la gobernabilidad de los estados frente a las decisiones de la Unión Europea, con la pérdida de soberanía que esto implica.
Votemos pero no en contra, como castigo, porque sí o por probar. Es necesario hacerlo con responsabilidad y después de la reflexión, sabiendo qué votamos, solo así podremos exigir. Nos jugamos mucho para tomarnos a la ligera nuestro voto y olvidarnos después. Solo tomándonos en serio nuestra ciudadanía, activa y responsable, podremos exigir después.
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