Al final hemos comprendido que los poderosos están para tener beneficios y los ciudadanos para cubrir sus pérdidas. A esto le llaman «rescatar». Y entre unos y otros están los políticos, que debidamente comprados acabarán en nómina de las empresas a las que han defendido. La consecuencia: una deuda millonaria e impagable, el aumento de la desigualdad y la desaparición de la clase media.
¿Es esta deuda legítima? Quiero creer que desde Europa no se conocía el desvío de los fondos de formación u otras ayudas. Lo que no me creo es que no supieran que el dinero que llegaba a la banca se empleaba en hinchar la burbuja. Tampoco me creo que no conocieran el derroche del sector público, desde el omnipresente AVE hasta todas las obras faraónicas que salpican España. Aun así, enviaron miles de millones sin ningún escrúpulo. Luego, en lugar de denunciar a sus socios corruptos, obligaron a cambiar la Constitución para cargar el desfalco sobre los ciudadanos y mantuvieron a nuestra elite corrupta como socios para sus negocios. Además, esas mismas elites niegan el derecho al voto de los ciudadanos de Catalunya, justifican una economía de casinos y eliminan toda la protección social.
Y en esta situación ¿a quién votar? «Y Alicia preguntó al conejo: ¿Qué camino debo tomar? ¿Para ir a dónde? No sé, da igual. Entonces, toma cualquier camino». En su momento aceptamos Europa de forma acrítica como garantía de democracia y de progreso, pero ya sabemos que la única garantía para ambas cosas está en los mismos ciudadanos nunca en las superestructuras no elegidas por nadie.
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