Hubo una época en que creíamos que todo lo que provenía de Europa era bueno. Abrazábamos sin cuestionar todo lo que llegaba de más allá de los Pirineos pensando que era lo mejor. Ahora que las necesidades nos han hecho madurar, los políticos deberían ser más críticos y, sin abandonar la nave, ser consecuentes con el hecho de que existe una Europa de dos o más velocidades, donde los condicionantes y necesidades de las naciones y de sus ciudadanos no son los mismos.
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