Tal vez, tanta sucesión de elecciones condicione en exceso a los partidos políticos; y sí, tal vez estos se sientan en parte cautivos de sus electores. En un marco tan diverso, con una pluralidad previsiblemente mucho más equilibrada que otras veces, la gobernabilidad se vislumbra ciertamente difícil cuando la mirada se tiene puesta en las elecciones que están por llegar. Aun así, sería deseable que las condiciones opositoras no fueran ni tan impositivas ni tan exigentes como se anuncian y como ya se plasman en Andalucía. Allí empiezan a conocer lo que representa la italianización de nuestra política. Por ello sería bueno comprender que los mínimos exigibles no pasan por pedir la luna, y que si no se logra conformar una mayoría se permita formar Gobierno al más votado. De la misma manera que los votantes somos capaces de perdonar los incumplimientos de muchas promesas, de aceptar que se nos levanten las calles cada cuatro años e incluso de mirar ya la corrupción sin que nos asquee sobremanera (¡que ya es llegar!), con mayor razón sabremos aceptar que los partidos cedan el usufructo que les corresponde para permitir la gobernabilidad. La lista más votada no son nuestras normas, pero cuando no se alcanza una mayoría dispuesta, la alternativa bien podría ser esta. En las redes de telecomunicación la ruta directa es la deseable, pero en su defecto aparece la de desbordamiento como una solución que permite alcanzar el destino. De ser así, quizá, la italianización no fuera tan desastrosa. Todo lo contrario. De ser así, el escenario que las encuestas vaticinan podría servir para incrementar la negociación, acuerdos puntuales que favorezcan la ciudadanía y un mayor control que evite la corrupción y un nuevo gasto. Y, en definitiva y bien mirado, no supondría otra cosa que aceptar un resultado democrático alternativo. Pero… ¡qué quieren que les diga!
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