Domingo, 24 de mayo del 2015 Patricia Sardà (Sant Boi de Llobregat)

Los tiempos cambian. Los niños ya no se conforman con una pelota como regalo de Navidad, una bolsa de pipas ya no cuesta dos pesetas y la oferta televisiva ya no se limita a dos únicos canales. No parecen grandes cambios, quizá por el progresivo ritmo con el que se han producido. Sin embargo, pienso en política y, a pesar de ser joven, soy consciente del frenesí con el que el ideal de gobernar en pro de la democracia y el interés ciudadano ha dejado de existir.  Es la hora de cenar y escucho a mis padres hablar sobre Enrique Tierno Galván, aquel intelectual, alcalde de la capital, que brindó a los jóvenes la oportunidad y el derecho de expresarse libremente tras 40 años de dictadura. Cambian de nombre, recuerdan a Iñaki Azkuna Urreta, edil de Bilbao, y resaltan la solemnidad y el cariño que dedicó la ciudad al sepelio del "mejor alcalde del mundo". Hombres cultos, moderados y escépticos en cuanto a consignas y disciplinas fóbicas. 
Repaso los alcaldes, los políticos de hoy y los escándalos que los envuelven: corrupción, pactos entre partidos aparentemente opuestos y el poco respeto por las personas que depositan en ellos la esperanza y la ilusión de presenciar el cambio que todos prometen. Me viene a la mente el 'caloret de l’hivern' de Rita Barberá, el "que se jodan" de Andrea Fabra, y el "si muestras superioridad intelectual con una mujer parece que eres un machista" de Miguel Arias Cañete, que marcó el ritmo de las pasadas elecciones europeas. Los cortes de manga, las partidas al 'Candy Crush' durante el debate sobre el estado de la Nación y la lectura de revistas como 'Interviú' en el Parlamento. Siento lástima. Lástima por no experimentar la admiración que algunos depositaron en los políticos de ayer. Lástima por no fascinarme con la ideología de nadie, porque nadie me representa ni se me antoja de confianza. 

Si quiere debatir sobre este tema, escríbanos aquí

Compartir: