La urbanización de las aceras de cualquier ciudad tiene una vertiente de diseño técnico que se incluye dentro de la necesaria renovación de las infraestructuras de la ciudad, pero también un aspecto político, en el que se incluyen las consignas de a quién beneficia: al peatón, a la circulación viaria, al comercio, al paisajismo...
En esta ciudad, transitar es un galimatías para todos. Con las reformas, el peatón se encuentra aceras más espaciosas pero, finalizadas las obras, son invadidas por las motos que aparcan cómodamente en filas kilométricas. Además, hay que seguir vigilando para que no te atropelle un ciclista, que ya se sabe que es negocio municipal y vende modernidad. El conductor tiene cada día menos carriles, pero sigue pagando aparcamiento ya sea privado o municipal, a diferencia de los motoristas y ciclistas.
En cuanto al comercio, el sector en el que trabajo, lo que demanda es alegría en ventas y menos impuestos y las aceras puede que ayuden, pero no son la gran panacea. El paisaje parece que cambia, aunque en parte, motivado por la sustitución de palmeras causada por el picudo rojo y las cotorras. A veces parece que los únicos que voten en esta ciudad sean ciclistas y motoristas.
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