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El ventilador de Peret Reyes funciona a toda máquina

El rumbero actúa todos los fines de semana en la taberna Tío Carlos

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Olga Merino

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Cuando el protagonista de estas líneas vino al mundo, en su casa ya había rumba. No es que se limitaran a escucharla, sino que la fabricaban allí mismo, en el comedor, mano a mano entre su abuelo, El Toqui, y otro fenómeno a quien le decían El Orelles. Ellos dos y otros gitanos de la calle de la Cera se reunían por entonces en un bar llamado El Salchichón, justo al lado del cine Padró, donde solía pasar lo que solía pasar: "Nen, ponte unas cervezas"; alguien sacaba una guitarra, y ya estaba liada. Pues bien, fue en ese ambiente, a medio camino entre el pueblo y el barrio, donde nació, creció y mamó el compás Peret Reyes (Barcelona, 1953), quien el lunes saca al mundo un nuevo disco producido por el Taller de Musics. Se titula Estoy como nunca, y es bien cierto.

Quizá sea el único local de la ciudad que programa rumba catalana de forma estable

Esta leyenda de la rumba catalana, un crack que se codeó con los pioneros del género, acude a la cita puntual, amable y elegantísimo con una camisa azul marino y un pañuelo al cuello del mismo color con lunares blancos. El encuentro tiene lugar en la taberna Tío Carlos (pasaje de Gutenberg, 7), el único local de Barcelona que, salvo error u omisión y desaparecido el Gipsy Lou, programa rumba de forma estable. Aquí, en Tío Carlos, Peret Reyes actúa todos los viernes y sábados por la noche junto con Víctor del Río, un gitano y un payo con un sonido muy fresco; catalán, castellano, qué más da, lo que convenga. A la rumba le sienta muy bien la barreja porque, como cantaba Gato Pérez, "la rumba neix al carrer, filla de Cuba i d’un gitanet".

Menudo padrino

Confiesa el rumbero que es muy tímido, que es en el escenario donde se suelta convirtiéndose en una especie de doctor Jeckyll, pero la verdad es que apenas se le nota el retraimiento cuando habla de su infancia y de cómo su padrino empezó a enseñarle los primeros acordes en la guitarra cuando contaba 6 años. Su padrino no era otro que el inmenso Peret, el irrepetible, el de la lágrima caída en la arena, con quien el ahijado estuvo trabajando casi 40 años como percusionista, palmero y al final como guitarrista. Cuando la Eurovisión de 1974, la del Canta y sé feliz, ahí estaba nuestro hombre, con los pantalones de campana, haciendo las palmas y los coros a una rumba que se perfilaba premonitoria aunque entonces ni lo sospecháramos: "Si al sol no puedes tumbarte,/ ni en paz tomarte una copa,/ decir que estás en Europa/ no sirve de na, no sirve de na".

El artista de la calle de la Cera saca un nuevo disco: 'Estoy como nunca'

Sentados a una mesa, Peret explica cómo su padrino modernizó el ventilador, una técnica musical que consiste en combinar el rasgueo de las cuerdas con golpes sobre la caja de la guitarra. Explicado así suena muy soso, pero la cosa tiene mucho arte y es la clave de bóveda de la rumba catalana, un género a quien no puede atribuirse una paternidad concreta, pero sí un tiempo (la posguerra) y un espacio (la ciudad de Barcelona). Si los negros tienen el blues, los jamaicanos el reggae y los cubanos el son, el ritmo por excelencia de la ciudad es la rumba. Se fue cociendo poco a poco, como los buenos guisos, en bodas, bautizos y saraos varios, con las aportaciones de los gitanos de la calle de la Cera, en el Raval; los del barrio de Gràcia, con L’Oncle Polla, el padre del Pescaílla, a la cabeza; y los de Hostafrancs, de donde salieron Dolores Vargas y El Príncipe Gitano.

Vida difícil

Charla que te charla, el local se va llenando de parroquianos, extranjeros en su inmensa mayoría, a la espera de que comience la actuación. Y por eso, porque son de fuera, Peret y Víctor del Río han tenido que adaptar el repertorio a sus gustos, a lo que más conocen los turistas: el Bamboleo, el Volare, la Macarena por rumbas… Aunque no sepan muy bien qué están escuchando, los guiris son generosos con las propinas que depositan en un tarro de Nescafé; la etiqueta dice "tips" y la entienden muy bien. Algo es algo, porque está muy difícil vivir de la rumba, aunque sea patrimonio cultural catalán. En general, se está poniendo difícil cualquier cosa.