LA OTRA BARCELONA
El mercado de la miseria se expande en las Glòries
Víctor Vargas Llamas
Periodista
Víctor Vargas Llamas
Las intensas rayadas que afean el aspecto de uno de los fuegos de la vitrocerámica deben de ser el motivo por el que acabó en la basura días atrás. Toda la encimera, por lo demás sin apenas mácula, luce ahora sobre el suelo de la desembocadura de la Meridiana con la plaza de las Glòries. Es el producto estrella del puesto de un chaval que agarra un racimo de cables eléctricos para convencer a un transeúnte que curiosea por allí. "Funciona bien, amigo. Tú prueba en casa y si te da problemas te devuelvo el dinero. Diez euros y es tuyo", se afana en explicar el vendedor ambulante. Su plaza es una pieza más de entre el mosaico de infortunio que se despliega por la plaza, el infelizmente conocido como mercado de la miseria. Mientras el debate político se centra en el retraso y el coste del túnel de las Glòries, arriba, en la superficie y a la vista de todos, un nutrido grupo de personas que va a más trata de subsistir en una ciudad que casi pretende no verles. La plaza del tranvía, el museo del Disseny y el turisteo es también la de la penuria humana.
El muestrario a la venta supera la imaginación de cualquiera. Desde cascos de espeleología hasta termos, batidoras americanas, cuadros y candiles; pero se lleva la palma el gran surtido de ropa, calzado, juguetes y material electrónico. Un supermercado de la pobreza, un bazar de la penuria que se ha enquistado en la zona y que cada vez cuenta con más moradores en los más de 25 años de historia, cuando empezara alrededor del antiguo mercado de los Encants. "La mayoría somos magrebís, pero también hay unos cuantos rumanos y subsaharianos, e incluso alguno de aquí", dice Abdessamie, un marroquí de 30 años.
Muchos productos cuestan uno o dos euros y la mayoría no pasan de los cinco
Todos ellos aprenden rápido la singular coreografía que ejecutan con la Guardia Urbana. "Suelen estar a 150 metros y observan. A veces vienen y tenemos que desmontar el mercado o incluso escapar. Nos retiramos y unos 15 minutos después de que se marchen nos colocamos en otro punto de las Glòries", relata Abdessamie. Desde el ayuntamiento se incide en que el operativo va más allá de la seguridad y la limpieza y también comprende las áreas de prevención e inserción social, pero se apela a las "limitaciones competenciales" para abordar la problemática, alertando de que muchas de esas personas en situación vulnerable "proceden del área metropolitana". Las sanciones se rigen por incumplimiento de la norma de venta ambulante de la ordenanza cívica, que contempla sanciones de hasta 500 euros.
Muchos productos se venden a uno o dos euros, y la mayoría no pasan de los cinco en un entorno donde el regateo es práctica habitual, como también el trueque entre vendedores, ya sea para ampliar el muestrario a la venta o bien por el apremio de sus propias necesidades. Pablo se retira contento a casa tras comprar una moto de juguete para su pequeño, que no tuvo Reyes. "Me costó 2,30 euros y en la tienda me saldría por unos 30, ¿verdad?", comenta. El escenario es duro. "Ya sé que la gente del top manta está mal, pero nosotros estamos incluso más jodidos porque lo que vendemos es lo que encontramos en la basura", relata Abdessamie. El joven magrebí sale en defensa de la inmensa mayoría de sus compañeros: "No es verdad que aquí el material sea robado; no en su mayoría".
Futuro
Tan instaurado está el mercado de la miseria que hay incluso dos puestecillos móviles de bebida y comida. Precios muy ajustados, claro: "El bocata cuesta 1,50 euros, los refrescos un euro y el café 50 céntimos", detalla Abdessamie. Las necesidades son tan flagrantes que nadie puede negarlas. Pero la inquietud va por barrios y también tiene que ver con las quejas de los propietarios de paradas de los Encants, en su flamante edificio de autor, que temen por su futuro. "Cada vez hay más. A veces tienen más público a su alrededor que nosotros. Ellos sufren, pero nosotros estamos cada vez más asfixiados, con menos ingresos y pagando autónomos, mantenimiento...", detalla Edgar, mientras señala a un centenar de metros puestos irregulares que venden calcetines y guantes, como él.
El mercadillo está tan normalizado que hay hasta puestos de comida
Mariló Cepero, que regenta una mercería en los Encants desde los 90, cuando aún estaban en su anterior emplazamiento, pide una solución que compatibilice necesidades. "Quizás un espacio con alquileres simbólicos normalizaría su situación y mejoraría la nuestra", dice. Entre los vecinos, Albert March coincide en la idoneidad de ubicarlos en un lugar con garantías. De lo contrario, aumentaría los controles porque "dejan mucha suciedad y afectan a la imagen de la ciudad". Chelo replica y pide no perder la perspectiva, mientras presume de un tres cuartos adquirido en el mercado clandestino por cinco euros. "Es cuestión de prioridades; la suya es saber qué podrán comer mañana -sostiene-; la nuestra debería ser que la supervivencia no fuera una preocupación para nadie".
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