Nostalgia

Memoria del Tibidabo

Toni Sust / Barcelona

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La familia no recuerda cuál fue exactamente aquel domingo de invierno de 1964 en que subió, como tantas veces, al parque de atracciones del Tibidabo. Hacía frío y la vestimenta lo delata. Un fotógrafo del parque les hizo la foto y allí mismo la compraron y se la llevaron. La ocasión lo requería: como novedad, esa vez los Vallejo Matilla no habían subido solos a la montaña. Solían ir cada semana. Ese día acudieron con la hermana de la madre y su marido, recién casados, que habían venido de Almería a Barcelona de viaje de novios. Querían enseñarles lo más bonito de la ciudad y el Tibidabo era parada obligatoria. En la foto salen cinco personas: todas siguen vivas. De derecha a izquierda, el padre, Antonio Vallejo; la hija primogénita; Mari Carmen Vallejo; la madre, Carmen Matilla, y sus cuñados. La pareja tiene otra hija que entonces todavía no había nacido.

La foto es una de las 260 que han sido empleadas para la confección del documental Tibidabo som tots, elaborado gracias a las imágenes aportadas por usuarios de la instalación. Para ello se hizo una llamada en los medios de comunicación y la respuesta fue considerable. El responsable del corto documental de ocho minutos de duración, David Fernández de Castro, explica que se recibieron 800 fotos: “Pocos vídeos, es una lástima”. Hubo un proceso de selección y se utilizaron 260 de las imágenes.

El resultado es emotivo y más lo ha sido este jueves, porque a las primeras proyecciones de la película han acudido sus protagonistas, los ciudadanos que han aportado las fotos. Algunas no impactan, pero sí las más antiguas, incluidas las ochenteras/setenteras, en las que abundan hombres con pelo al estilo selección holandesa de Cruyff jugador, o las de décadas anteriores. El documental, obra de Bausan Filmsse proyectará de forma permanente en el edificio Cel del parque.

El afecto ciudadano

Es fácil encontrar a barceloneses que no han subido nunca a la Sagrada Família, como habrá parisinos que nunca han puesto un pie en la Torre Eiffel. Pero más complicado es encontrar a gente que viviendo en la capital catalana no haya visitado el parque de atracciones del Tibidabo en su infancia, o de mayor con sus hijos. No es un parque puntero en el planeta, no arroja grandes beneficios, pero para sus usuarios tiene algo mágico. Un día, hace más de 10 años, un responsable municipal anunció en rueda de prensa que el consistorio tenía intención de retirar el funicular que sube a la montaña y a los periodistas presentes casi se les cae una lágrima.

El funicular sigue allí. Empezó a circular el 29 de octubre de 1901 (como el Tranvia Blau), y fue el primero de su género en España. Las atracciones, unas pocas, empezaron a funcionar en 1905. Todo apareció en el contexto de la urbanización del Tibidabo, capitaneada por el farmacéutico Salvador Andreu, acompañado en esa empresa por varios de los miembros de la entonces clase económica dominante. Es el parque de atracciones más antiguo de España y el tercero de Europa. Y ha conocido etapas de decadencia: el polémico empresari, condenado en varias causas, Javier de la Rosa lo compró y casi acaba desapareciendo. El ayuntamiento recuperó su titularidad y emprendió un laborioso camino de rescate.

Cuatro en la Vespa con sidecar

Antonio VallejoCarmen Matilla Mari Carmen Vallejo, la hija de ambos, han asistido emocionados a la proyección. Pequeño brinco cuando han visto su foto. El padre tiene ahora 88 años. Aquel día tenía 35. La familia vivía en Vall d’Hebron y cada domingo subía al parque. Eran cuatro y subían en la Vespa con sidecar de Antonio: una niña en el sidecar y otra en la moto, entre el padre y la madre. Se llevaban bocadillos y comían allí: "Entonces no se podía gastar y solo mi marido tenía un salario", apunta la mujer, que dice que aunque Antonio no oye muy bien está estupendo: "¡Lee sin gafas!".

En la foto, Carmen, la madre, tenía 30 años. Había llegado a Barcelona a los 24 desde la localidad de Fiñana, en Almería, la misma desde la que su hermana y su cuñado se fueron de viaje de novios a Barcelona. Ella sirvió como interna con familias hasta que tuvo su primera hija. Tanto tiempo trabajado y no tiene paga alguna de jubilación, lamenta.

Antonio, también de Fiñana, ya llevaba cinco años en la capital catalana. “He trabajado 38 años”, recuerda. Y tuvo un empleo peculiar, quizá soñado por tantos niños: se encargaba de hacer la mezcla correcta del Cola Cao. Fue uno de los primeros trabajadores de la empresa y llegó a encargado de la plantilla. No le mienten marcas de la competencia: “No les llegaban ni a la suela del zapato”. Carmen, la hija, tenía 3 años cuando fue retratada. Ella es química. A los 16 entró en la misma empresa que su padre: estudió mientras trabajaba. Y ya le supera: lleva 40 años cotizados.

La pareja tiene un nieto, hijo de la hermana pequeña. Tiene siete años y su tía confirma que desde pequeño le llevan al Tibidabo. Ahora cada vez que vaya podrá ver a sus abuelos y su tía, en un domingo frío de 1964. Ya forman parte de la historia del parque de atracciones.