BARCELONEANDO

Barroco andaluz y minimalismo catalán

Tres figuras tan dispares como Francesc Pujols, Ocaña y Lluís Llach han ocupado, en diferentes momentos, el mismo piso de la plaza Reial

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Natàlia Farré

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Francesc Pujols, José Pérez Ocaña y Lluís Llach. El primero, un pensador críptico donde los haya pero a la vez capaz de acuñar la frase "arribarà un dia que els catalans, pel sol fet de ser-ho, quan vagin pel món ho tindran tot pagat". Sí, pese a la tendencia popular a atribuírsela a Salvador Dalí, el genio ampurdanés solo la popularizó. ¿Qué decir de Llach? Cantautor reconvertido en diputado y compositor de 'L’estaca', la canción protesta de antaño y del año. Y Ocaña. El irreverente artista, antecesor de la 'performance'. Icono de la Barcelona más canalla que por allá la década de los 70 se paseaba vestido de mujer por la Rambla y el Café de la Ópera mientras le daba a las coplas de Juanita Reina y se levantaba las faldas. Tres personajes dispares en el tiempo y en las formas, pero con una cosa en común: el número 10 de la plaza Reial. Compartieron piso. O mejor, ocuparon el mismo piso pero en diferentes épocas.

El irreverente artista lo abarrotó de vírgenes y altares, el cantautor fue a la contra y lo vació 

Un primero que es un tercero. Cosas de antes, de cuando había entresuelo y principal. Ahí donde se acaban las escaleras de mármol y empiezan las rústicas vivieron ellos. Pujols nació en la casa, pero poco más. El que era "terrorista del espíritu y del ingenio", a juicio de Josep Pla, acabó instalándose en Martorell y dedicándose a perfeccionar su pensamiento filosófico: hiparxiología y pantología. Ahí es nada. Pero dejó huella. Popular. Tanta como para ser protagonista de una canción de Quimi Portet y otra de Roger Mas. Curioso. Un relieve de Josep Subirachs, los dos compartían fascinación por el símbolo de la escalera, recuerda su paso por 'El 10 de la Reial'. En cursiva, porque así se llama la exposición que recorre la historia del piso que ahora es sede de la Fundació Setba, galería de arte y mucho más. El nombre, Setba, tiene una razón de ser: los siete balcones que llenan de sol y de plaza Reial la residencia.

300 metros y 12.000 pesetas

Son 300 metros cuadrados por los que Ocaña pagó 12.000 pesetas.  Eran otros tiempos. Y el zoco porticado no era un espacio de lo más recomendado. Ocaña, como buen andaluz e intenso artista, los abarrotó de altares, beatas, vírgenes y santos. Un barroco que incluía pintar de rosa los marcos de las puertas y ventanas. Llach fue a la contra. Le dio al minimalismo. Lo vacío. Aunque también se obcecó con los colores. Hizo una sinfonía. El caldera para la parte delantera; atrás el azul, y en todas las estancias ocre y verde. Siguiendo una pauta. Nada de improvisación. Setba mantiene la paleta que dejó el cantautor. Pero de Ocaña solo quedan unos ángeles pintados en la parte superior de una pared. Hubo suerte: Llach supo valorarlos y los conservó. Lo único que compartieron los tres inquilinos son los fantásticos suelos hidráulicos que lo cubren todo.  

Los dibujos de unos angelitos y la simfonía de colores de las paredes, únicos rastros del paso de los creadores 

Todo esto cuenta la exposición. La sexta que recupera la memoria de esta plaza que nació con la desaparición del convento de los Capuchinos por obra y gracia de la desamortización de Mendizábal, y que cuenta con el primer encargó de juventud de Antoni Gaudí: las farolas. Es fácil saber dónde ir. Unos mantones de Manila colgados en los balcones guían al visitante. Los ponía Ocaña y los pone Setba para homenajearlo. Hacía esto y más. Como colocar a sus figuras de papel maché de vírgenes y santas en el exterior. Pues para el irreverente e iconoclasta artista no había solución de continuidad entre su casa y la calle. Y de papel maché es, también, el sol que da la bienvenida a la muestra y dio la despedida a Ocaña. En agosto de 1983, en las fiestas de su pueblo, Cantillana (Sevilla), la figura del astro rey llena de bengalas coronaba su disfraz. Una chispa desató un incendio y las quemaduras fueron mortales para su debilitada salud. Hubo elegía, de la mano y la voz de Carlos Cano: '¡Ay!, se fue, se fue vestida de día / ¡Ay!, se fue, se fue vestida de Sol / ¡Ay!, se fue, las malas lenguas decían / que el fuego la prendería, / el fuego del corazón'. Y hay nostalgia. En Setba, la curan.