BARCELONEANDO

Harry y su gaviota fotógrafa amaestrada

El nieto del inventor del pollo a l'ast surca los cielos de Barcelona en busca de postales inéditas

Barcelona a vista del dron de Harry Schuler

Barcelona a vista del dron de Harry Schuler / periodico

Carles Cols

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La fotografía aérea es al álbum de postales de Barcelona lo que el carmín cochinilla, el azul lapislázuli o el amarillo indio supusieron en su día para la historia de la pintura, una revolución, un cambio de época, la posibilidad de dar un salto creativamente beamonesco. Barcelona a vista de pájaro es otra ciudad. Es cierto que la postal de la cuadrícula del Eixample hace años que se vende a un euro en los expositores de los quioscos de la Rambla y en las tiendas de suvenires, pero aquella es a menudo una vista general, la foto de una cuadrícula desde un avión, Barcelona más o menos tal cual la vieron los pilotos de los trimotores italianos que bombardearon la ciudad en marzo de 1938. De lo que se trata aquí es de otra cosa, del redescubrimiento de Barcelona gracias a esa media docena de pioneros que, aunque a veces furtivamente, retratan las calles, los parques, los edificios icónicos y los que no lo son como nunca nadie lo ha hecho antes. La cita es con uno de ellos, Harry Schuler, un tipo con un don, escrito así, sin erre, para no meterle en líos.

En su cuenta de Instagram se define como un artista. Hay que leer sobre todo, no obstante, la siguiente línea del texto. Dice allí que tiene un satélite que órbita la Tierra. También podría decir que tiene una gaviota amaestrada, a la que ha enseñado los principios elementales del encuadre fotográfico y de la profundidad de campo. Otros de esos pioneros que de un tiempo a esta parte sobrevuelan Barcelona en busca de miradas inéditas lo hacen a los mandos de un dron. Schuler prefiere decir que no, que no comete esa infracción, porque la legislación española lo prohíbe. Mejor dejarlo así.

Lo hizo Velázquez con 'Las Meninas', cambio el punto de vista del espectador. Es una de las recetas del éxito

Lo dicho. Parece que son media docena esos retratista del aire. Su trabajo no ha hecho más que comenzar. Barcelona son 99 kilómetros cuadrados. Las vistas inéditas, por lo tanto, miles. Han comenzado de entrada por lo evidente. La Sagrada Família, la Torre Agbar, la Monumental… Pronto, sin embargo, han ido en busca de miradas distintas, porque el cambio de perspectiva cuando se trata de un edificio sin nombre o de un parque recóndito ofrece resultados sorprendentes. Hacen un poco lo que Velázquez con Las meninas. Harry, así, descubre composiciones que solo fueron vistas un día, tiempo atrás, cuando solo eran un dibujo en un taller de arquitectura. La pista de skate de la Mar Bella es un buen ejemplo. Una parque en espiral de Montjuïc es otro también interesante. Bueno, también los policías que desde mediados de septiembre han sobrevolado la ciudad en helicóptero a veces en sesión continua conocen esa Barcelona, pero habrá que suponer que no habitaba en ellos una curiosidad estética por la cuestión.

La charla con esta suerte de descendiente de los hermanos Wright (porque, no está de más recordarlo, esta nueva historia de la aviación no ha hecho más que comenzar) tiene su qué, no solo por lo gracioso a veces del making off de cada foto (como agazaparse entre matorrales en un pipican de la Sagrada Família a las cinco de la madrugada), sino por las razones que le han llevado a esa aventura.

Perú, 1949, un grupo de pollos rotan sobre su eje y, lo nunca visto, como los planetas realizan un movimiento de traslación

Padre de un niño de dos años, Harry se preguntó qué sabía él de su propio padre, ya fallecido. Hizo una búsqueda en internet y no apareció ni una sola mención, ni una sola huella. En cierto modo, esa fue la chispa inicial de su proyecto, dejar algo relevante en herencia en la red, como sí hizo en su día su abuelo, Roger Schuler. ¿Qué quién era Roger Schuler? Es lo que tienen estas citas en un bar con motivo de esta sección, Barceloneando, las enormes probabilidades de que suceda lo imprevisto. Este ha sido uno de esos casos.

"Mi abuelo inventó el pollo a l’ast". Lo dice y hay que repreguntar, por si no se ha oído bien. "Sí, mi abuelo inventó el pollo a l’ast". Y así es. Roger Schuler, suizo, se afincó en Perú. Allí montó un restaurante que cosechó un buen éxito con una receta tradicional de pollo ensartado en una espeta. Hasta aquí, nada fuera de lo común. Eso, así, hasta en la prehistoria. El problema fue que las comandas crecieron exponencialmente y, muy suizo él, Roger Schuler contrató a un ingeniero alemán, Franz Ulrich, para que pusiera remedio, con un ingenio capaz de asar varias filas de pollos simultáneamente. Basta explorar la prensa andina para descubrir que a Schuler se le considera casi un padre del Perú moderno. El diseño de Ulrich era la repera. Como planetas alrededor de las brasas del sol, los pollos giraban en rotación y, ¡atención!, también con un movimiento de traslación.

Eso fue en 1949. Se sabe hasta el día en que los primeros pollos comenzaron a orbitar. Fue un 19 de diciembre. Sesenta y ocho años después, el nieto de aquel pionero trata de dejar su impronta en Barcelona, menos gastronómica, más poética. Llegó hace ocho a la ciudad. No había sido nunca hombre de fotos, pero de pronto se enamoró de todo cuanto vio. Esa fue la primera fase, a pie de calle. Ahora anda metido en este redescubrimiento de Barcelona desde los cielos. No hay nada como tener un satélite. O una gaviota amaestrada. O lo que sea.