Barceloneando

Los balcones de Barcelona

Barcelona es una ciudad de comunidades casi simétricas, de escaleras donde se tiende por donde no se ve

Ropa tendida en la Barceloneta

Ropa tendida en la Barceloneta / periodico

Javier Pérez Andújar

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He tendido la ropa antes de ponerme a escribir esta crónica, y lo he hecho con la clandestinidad que da el vivir en un patio de manzana. En Barcelona es más fácil hacer las cosas normales a espaldas de la calle que de frente. Por una encuesta reciente se ha llegado a la conclusión de que los catalanes estamos “divididos en dos bloques casi simétricos”. Como soy más de ciencias ocultas que de ciencias sociales, me he imaginado los dos bloques al estilo de la Banda Trapera del Río, los bloques verdes de su canción, que eran los de la Ciudad Satélite. Lo que me llama sobre todo la atención de esta encuesta (y de la vida en general) son las palabras, de modo que no he podido parar de preguntarme por qué se califica a los bloques de “casi simétricos” en vez de “casi iguales”. Acaso, porque la encuesta daba por sentado que los catalanes no somos iguales entre nosotros, y que eso de formar “un solo pueblo” (que tanto se repite por todas partes) no hay manera de creérselo. Acaso, resulta que, como mucho, solo podemos ser simétricos, cada cual dentro de sus insalvables diferencias.

El año en que murió Franco nos explicaron en EGB las relaciones de equivalencia, no porque ya hubiese libertad, tampoco iba a ser llegar y besar el santo; pero aquella clase sé que iba a avisarnos de que la democracia es eso, un sistema de equivalencias. Habíamos pasado del tanto tienes tanto vales, al tanto tienes tanto equivales. Ahora me doy cuenta de que también me he puesto a escribir esta crónica en el enésimo aniversario del adiós del extinto, día más, día menos. EGB fueron las primeras siglas en que milité (luego pasaría por BUP y COU); pero el diccionario había explotado, y de repente los periódicos, la vida, todo se llenó de siglas: UCD, PSC, PSOE, PSUC, ONU, OTAN, CEAC, CCC...

En Barcelona es más fácil hacer las cosas normales a espaldas de la calle que de frente

Cuando se es pobre, se es pobre de dinero y de todo, incluidas las palabras. Las siglas eran para ricos. Lo que hasta entonces habíamos tenido eran abreviaturas como las de doctor (Dr.) y director (Dir.), que todo el mundo confundía, o las de señora, señor... Con mucho esfuerzo, y con ayuda pública, a lo más que se llegaba era a tener, no siglas, pero sí algún acrónimo, por ejemplo el de RENFE. Cito este acrónimo ferroviario porque entonces España era un país en vías (de desarrollo). Pues bien, las relaciones de equivalencia tenían que reunir tres propiedades lo mismo que aquel niño tan pobre del cuento, que tenía que conseguir los tres pelos del diablo, que eran de oro (los cuales yo siempre confundía con la barba de los payasos, que tenía tres pelos). A saber, las tres propiedades de lo equivalente se llamaban reflexiva, simétrica y transitiva. La última no hacía falta explicarla, pues estaba muy claro que la Transición no podía ser sino transitiva. Y reflexiva también lo era un rato largo, la prueba estaba en lo inacabables que se hacían los debates de 'La clave'. Se había vuelto conceptual nuestro lenguaje. Las obras de teatro llevaban títulos del tipo 'El tintero', 'El tragaluz', 'El okapi'..., y en la tele conmocionaban emisiones como 'El asfalto', 'La cabina', 'La clave'... Aquel centurión del Evangelio estaba en lo cierto, bastaba una palabra para curarse. Por eso me pareció que “simétricos” era la palabra, era la clave de la encuesta. Por seguir con los ejemplos: simétricos eran los Roper, pues tan casado estaba George con Mildred como Mildred con George; sin embargo, los hermanos Dalton, de 'Lucky Luke', eran los auténticamente “casi simétricos”. No en función de su tamaño, que resultaban a todas luces diferentes; ni de su aspecto, ahí eran iguales, sino en lo que les sucedía, que venía a ser lo mismo y compartido, cada uno a su manera, igual que nosotros.

Se persigue la manifestación de lo personal y se ampara la exaltación de lo masivo

Barcelona es una ciudad de comunidades casi simétricas, de escaleras donde se tiende por donde no se ve, y por donde se ve se ponen banderas. Nuestra ciudad dispone de una ordenanza que castiga con multa tender ropa visible desde la vía pública. Se persigue la manifestación de lo personal y se ampara la exaltación de lo masivo. Iba a poner “de lo colectivo”, pero me he dado cuenta de que crean más colectividad un montón calzoncillos, bragas, calcetines, camisetas, camisas, sábanas tendidas, que una bandera por muy grande que esta sea. Sería más habitable una ciudad donde lo que estuviese multado fuese poner banderas visibles desde la vía pública, en la que se pudiera dar la vuelta a los edificios y que el orgullo de sus moradores fuesen los pantalones que les han regalado para su cumpleaños, los calcetines a rombos del día del padre..., y eso otro de las adscripciones (nacionales, futboleras...), quedase para los patios de manzana, para lo que no importa a nadie más que a uno mismo. Me he acordado ahora de un chaval de mis viejos bloques, que murió en soledad no hace tanto. Vivía en el que fue el piso de sus padres y tenía en el balcón dos banderas americanas como muestra de su amor al rock and roll. Sabía que se iba a morir, y para él el rock era la vida. Pero estas son banderas de otras guerras.