UN SENTIDO ADIÓS

Muere Javier Belmonte, un gran tímido, un gran periodista

A los 59 años nos deja un compañero culto, mordaz y educado que cultivó la crónica y la entrevista con mano maestra

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Carles Cols

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Ha muerto Javier Belmonte, un gran tímido, lo cual parecerá un defecto en esta la que fue su profesión, el periodismo, y, sin embargo, ha muerto a la par un gran periodista. No es una afirmación por quedar bien. Fue un gran periodista desde que se sentó por primera vez frente a una máquina de escribir, en ‘El Correo Catalán’, y lo confirmó después durante el cuarto de siglo que ejerció su timidez en EL PERIÓDICO. Las pruebas están en la hemeroteca. Luego les cuento. La noticia de su adiós no nos ha cogido por sorpresa. Ha sido a media tarde de este jueves. La enfermedad que le perseguía desde hace casi un lustro al final ha corrido más deprisa que sus ganas de vivir. Ha sido un momento de gran tristeza. A mi lado llora una de sus mejores amigas, Patricia, pero al rato sonríe, porque nos entretenemos en buscar en el archivo cualquier texto publicado por él, antiguo o reciente, y, ¡joder!, son todos buenos, buenísimos, pues tenía un don.

Era ácido, irónico, sarcástico, sí, pero solo las gotas necesarias. Si sus textos fueran ensaladas, habría que reconocer que el vinagre era el justo y necesario. No es fácil escribir sobre quien ha sido tu colega de redacción y decenas, por no decir cientos de veces, compañero de mesa a la hora del almuerzo, casi siempre en la fonda Sant Joan. Era un periodista excepcional, sí, pero conviene ahondar en su lado menos accesible, el que no está en la hemeroteca. Era como un Alain Delon en 'El silencio de un hombre', imperturbable y serio, callado, de frases cortas, pero tenía un corazón inmenso. Se emocionó con mi primera paternidad. Vi una lágrima de alegría. Nunca la he olvidado. Nunca la olvidaré.

Pero toca ya hacer un cambio de registro en esta suerte de pronta despedida, pues tenía solo 59 años. Toca recordar a Javier tal y como le gustaría ser recordado, incluso con unas risas, y también con algo que seguro que le incomodaría, unos merecidos elogios. Vamos a ello.

Las primeras crónicas

A mediados de los años 80 entró a trabajar en ‘El correo catalán’. Venía de la Facultad de Periodismo con muy buenas notas, recuerda Francesc Pascual, compañero de universidad, pero no porque fuera de los que se habían dejado los codos antes de cada examen, sino porque era un gran lector. Los libros son los cimientos de esta profesión. O deberían serlo. A él le funcionó. Un verano le tocó trabajar. Sería 1983. Los agostos de Barcelona eran entonces un muermo. Le puso título a la sección que le asignaron. 'Abierto por vacaciones'. Comenzó a cultivar un género, la crónica, que ya nunca abandonaría. A veces, porque los directores son a veces como aquellas madres que cambian los muebles de sitio en casa y reorganizan la redacción, las crónicas de Javier quedaban en barbecho. Pasó por varias secciones, por la de Barcelona, por la de Gente, por el Dominical…, pero siempre al final volvía a cultivarlas. Releídas esta tarde de pena, son modernas, no han envejecido. No todos pasamos esa prueba del algodón.

Entrevistas con bigote

Los lectores más fieles que hayan olvidado su firma puede que recuerden su cara. Fue el responsable de las entrevistas de la contraportada durante un tiempo. La mitad de su foto la ocupaba su imponente bigote de revolucionario mexicano. En la redacción corre la leyenda que se lo afeitó cuando José María Aznar ganó las elecciones. Que sepáis que es cierta. La cuestión, no obstante, es otra. La entrevista es un género muy exigente, hay que estar a la altura del entrevistado, y los hay muy altos, pero estar siempre un centímetro por debajo de ellos. Lo contrario sería pavonearse o, peor aún, hacer el ridículo. Nunca lo hizo. Javier era un tipo muy cultivado, en realidad un intelectual, pero eso solo se apreciaba en una paciente lectura entre líneas de su textos. ¡Qué gusto releer hoy tus entrevistas!

Podría haber sido un periodista famoso por lo afilado de su lápiz. De aquellos que en cada línea ponen un cepo para cazar al lector, en el buen sentido de la palabra. Supongo que no quiso. Poder, podía. Capacidad no le faltaba. Lo demostró al menos en una ocasión, en que causó un terremoto cataclísmico en la redacción. Como ha pasado el tiempo, se puede contar.

Le encargaron un retrato sobre la infanta Elena y su esposo, Jaime de Marichalar. Acababan de hacer abuelo al rey. Se lo encargaron a él, un rojo, un rojo crítico con la izquierda, pero rojo. 'La amazona y el hombre de gris'. Ese era el título. Entonces era tabú cualquier crítica a la monarquía. Menudo país. La crisis fue mayúscula. Creo que lo leí tres veces seguidas y fui a felicitarle. De vez en cuando, pasado el tiempo, años incluso, siempre había quién sacaba aquella joya por la impresora y la releía en voz alta, como un manifiesto. Cuando Javier cumplió 50 años, le hicimos una falsa portada y le casamos, cómo no, con la infanta. Le gustó el fotomontaje, pero aquella no era mujer para él. Javier ha sido a lo largo de su vida un periodista de dos diarios y hombre de una única mujer, Dolors, que lo ha sacrificado todo por estar a su lado estos últimos años de enfermedad. Ella, periodista también, ha tenido la suerte de conocer mejor que nadie a este gran tímido, al que nos consta que ha querido, pero que sepa que en eso no ha tenido la exclusiva.