BARCELONEANDO

Los Puigdemont belgas

Los barceloneses nacidos en Bélgica adoran la libertad, la creatividad y el talento que se respira en la capital catalana

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Carlos Márquez Daniel

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Se habla mucho de la vida del ‘president’ Carles Puigdemont en Bélgica. De un catalán en Bruselas. Es obligado salvar las distancias, porque no es lo mismo buscar amparo legal en la capital europea que elegir empezar una nueva vida en la capital catalana. ¿Pero qué hay de los belgas en Barcelona? ¿Cómo están? ¿Se integran bien? Se les reconoce por su aspecto robusto, la claridad de sus ojos y su cabello rubio. Pero no son holandeses, ni alemanes, ni luxemburgueses. Ni mucho menos franceses. Son belgas; orgullosos belgas.

Según el censo municipal, en la ciudad residen 1.576 personas nacidas en este menudo estado del que aquí se conocen pocas cosas más allá del tópico de Tintin, la cerveza, los mejillones, el chocolate y esa escultura menuda que se pasa el día orinando para asombro de los forasteros. Y como sucede con la mayoría de expatriados, los belgas tienen sus peculiaridades, sus gustos, sus manías, sus debilidades y sus puntos de encuentro (la cervecería Lambicus o el restaurante Belchica). Y en el caso que nos ocupa, también sus similitudes con el pueblo catalán.

Sacar lo mejor

Brigitte Verkinderen, nacida en Gante, es la presidenta de la Cámara de Comercio Belgo-Luxemburguesa en Barcelona, fundada en 1922. Llegó con el estreno del nuevo siglo y se encontró una ciudad "maravillosa, con una luz especial, con un cielo azul y un alma capaz de sacar el mejor talento de sus habitantes". Vino en los últimos tiempos de Pujol, del que se acuerda bien, incluido aquel lema de los años 80 que se quedó en el imaginario colectivo; aquello de "la feina ben feta no té fronteres".

Brigitte se encontró una "ciudad con una luz especial, capa de sacar el mejor talento de las personas"

Su elogio va mucho más allá del manido clima o la recurrente gastronomía. Ni tan siquiera cita la amabilidad o lo fácil que resulta integrarse, que son otros dos buenos clásicos del género. Insiste en "el espíritu y la creatividad" que tanto le llamaron la atención cuando se instaló. Pero, sobre todo, se repite con "la libertad". Es la palabra que mejor describe Barcelona, asegura. "Había una real sensación de libertad", sostiene, como si existiera una falsa percepción del concepto. Aunque quizás, escuchándola, se refiera a algo más psicológico que legal o comunitario: "Aquí la gente crea, piensa y hace sin ningún problema".

Ciudad sin tráfico

Su compatriota Michel de Bièvre llegó en el 2007 como consultor de empresas tecnológicas. Diez años después, su madre sigue preguntándole cuándo piensa volver a Amberes. Él le va dando largas, pero no descarta darle el alegrón algún día. Lejano. Le gusta tener la montaña cerca, poder practicar deportes de invierno. Y contradice a todos los que creen que en Barcelona hay mucho tráfico: "Esto no es nada comparado con el resto de grandes ciudades europeas". Es usuario habitual del "bueno, moderno, limpio y barato" transporte público y, en resumen, está encantado de ser un barcelonés de adopción. Lo del bus y el metro es un sentimiento compartido por Brigitte, que vendió su coche hace un año. Le encanta el autobús, aunque vaya lento, porque le permite leer

Michel es un tipo de manos grandes y voz suave. Entiende perfectamente el catalán y habla un castellano muy correcto. Es propietario del restaurante Gilda, en el Gòtic (recomienda las croquetas de gambas del norte y las endibias con bechamel). Y como Brigitte, destaca de Barcelona la "libertad", aunque en su caso, más ligada a "poder caminar por cualquier barrio sin sentir que te miran raro". "En Buselas hay zonas en las que nunca te meterías, también en Amberes. Aquí la integración se ha hecho de manera muy natural. En el Raval, en el Poble Sec. Quizás haya sido el sol, o la mentalidad de vivir y dejar vivir".

Dardo a los madrileños

Dice de los catalanes que son gente cerrada. Nada nuevo. Pero rompe una lanza al concretar que ese aparente cascarón es una ventaja: "Cuando haces amistad con ellos, son muy cercanos". "Los catalanes -teoriza- son como los flamencos, fieles. En cambio los madrileños son como los americanos, superficiales". Dardo al eterno rival, eso sí es hacer lo que vieres allí donde fueres. Brigitte lanza otro. Conste que sin manipulación alguna: "Aquí es fácil tirar adelante un proyecto. Es típicamente barcelonés. En Madrid cuesta mucho más". La experiencia le dice a Michel que los nativos con abuelos fuera de Catalunya son un poco distintos. Le parece "curioso que hablen castellano en casa y catalán fuera". En el caso opuesto, de catalanes de 'soca-rel', aporta una anécdota muy contemporánea: "Con un buen amigo, nacido aquí, hablamos en francés porque no quiere usar el castellano". 

Al 'president' le instan a callejear por Bruselas y comer en la Taverne du Passage

Explica Brigitte que el consulado tiene inscritos más de 5.000 belgas en Catalunya. no son muchos, pero sí es extensa e importante la presencia aquí de empresas de allí. Firmas como Solvay, Katoen Natie, Neuhaus, Reynaers Aluminum, Contraload, Baginco o AG Solution, que no solo tienen un delegación, sino que también fabrican en nuestro país. ¿Y de dónde sale esa afinidad? Según esta empresaria, se debe a los "vínculos tanto culturales como políticos, sobre todo con la región de Flandes". El presidente flamenco, Jan Peumans, de hecho, ha sido de los pocos que ha instado a la Unión Europea a intervenir de manera urgente en la crisis entre los gobiernos de España y Catalunya. "Nosotros también somos muy trabajadores y tenemos, igual que vosotros, un idioma, el neerlandés, que tenemos que defender", argumenta Brigitte. 

"Una nube muy oscura"

Preguntados por los tiempos que vivimos, tanto Michel como Brigitte regresan a la libertad. A ella le duele que haya "una división tan profunda por motivos políticos entre los propios barceloneses". "Vivimos bajo una nube muy oscura que nos amenaza", lamenta. Pero no lo dice desde una posición concreta, sino desde el recuerdo de "cuando aquí se podía hablar de todo con todos". A él le tiene muy inquieto la incertidumbre. Lo dice como empresario, pero también como barcelonés que sigue la actualidad con "incomodidad". No tienen ninguna intención de marcharse, pero temen que la cicatriz que quede sea de esas feas y dolorosas. Ella incluso le ha escrito una oda a esa Barcelona que la encandiló: "Hoy te veo, mi querida Barcelona, dormida, vacía de sueños, como si alguién te hubiera envenenado y día tras día te hubiera hecho perder lucidez y conciencia".

A Puigdemont en Bruselas, o a cualquiera que visite la capital de Bélgica, le invitan a callejear, visitar las pequeñas tiendas y no perderse la Grand-Place. Brigitte recomienda su restaurante favorito, la Taverne du Passage, en la Galerie de la Reine. Croquetas pequeñas de gambas y anguilas en salsa verde son sus perdiciones. Fue por primera vez a los 17 años con un novio y siempre pasa por ahí cuando vuelve a casa. Su otra casa.