GESTIÓN DE LA DROGODEPENDENCIA

Nueva sede del CAS Baluard: donde los toxicómanos solo son personas

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Helena López

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Kiridi deja una bolsa de plástico con algunas de sus pertenencias sobre la mesa y le hace un gesto a Claudio con la mirada que es un evidente ¿me la vigilas?. Este asiente y Claudio entra en la ducha. Kiridi y Claudio son compañeros desde hace tiempo. Ambos tienen algo más de 40 años y son consumidores de "caballo". "Heroína, no; caballo. No nos pinchamos, nosotros, inhalamos, con papel de plata...", dejan claro. Aquí, en el Centro de Atención y Seguimiento a las Drogodependencias (CAS) Baluard, los usuarios se autoclasifican entre los que se inyectan y los que no (aunque consuman la misma sustancia, por distintas vías). 

La edad y el tipo de adicción no es lo único que une a Claudio, italiano, y a Kiridi, argelino que llegó a Barcelona con solo 13 años, hace 30. Los dos viven en la calle y acuden a Baluard por algo que en principio nada tiene que ver con la droga. "Venimos por el vaso de leche con galletas del desayuno y la merienda, y porque aquí podemos ducharnos sin horarios, sin pedir hora. Claro que me puedo duchar en la playa, pero hace mucho frío", explica, serio, Kiridi, tras salir perfectamente aseado de los baños, junto a la sala de "calor y café", una suerte de zona de estar con mesas, tele y dos ordenadores, la novedad estrella, ganada con el reciente traslado de la instalación. Lugar donde no se sienten permanentemente juzgados.

Mientras Kiridi se ducha, Claudio dibuja. "Desde que pinto, consumo mucho menos. Empecé con la marihuana a los 15 años. Con el caballo empecé a los 23 y voy a temporadas. Puedo estar dos meses consumiendo cada día y después pasar semanas sin consumir", asegura el italiano, que vive de forma intermitente en la calle desde los 18 años; en Barcelona, los últimos 12.

Hombre, sin techo, heroinómano

Diego Arànega, coordinador de Baluard, confirma, desde la óptica profesional, lo apuntado por quien se define como "artista nómada". "La heroína no es mala porque mate, es mala porque te tiene todo el día pendiente de ella. No te permite pensar en nada más. La pintura les hace tener la mente ocupada en otra cosa", destaca Arànega, quien describe al usuario tipo de este recurso sociosanitario como un "hombre, sin techo, heroinómano inyector, de unos 35 años y europeo". 

El espacio, que abrió en el 2004 como una sala de venopunción -un espacio en el que consumir de forma segura- cuenta actualmente con unos 600 usuarios distintos al mes, y entre 1.000 y 1.100 entradas y atenciones. "La mayoría de los usuarios mantienen el vínculo. Aquí reciben una mirada de igual a igual, sin estigmas", prosigue el coordinador. Este es un CAS "de baja exigencia" -aquí no se les obliga a entrar en ningún tratamiento de desintoxicación-, que poco a poco ha ido ampliando sus servicios hasta contar con un equipo de 36 trabajadores, entre auxiliares sanitarios, enfermeros, integradores sociales, médicos y psicólogos. Cada usuario tiene un trabajador social, un educador social y un sanitario referente. "El objetivo es a medio-largo plazo la abstinencia, pero sin requerirla", matiza Arànega. 

A la entrada del nuevo edificio, el punto de intercambio de jeringas (PIX), donde los toxicómanos entregan las chutas usadas a cambio de otras nuevas, con una tasa de devolución -aseguran- del 90%. Servicio imprescindible para evitar contagios. Algunos solo hacen uso de este recurso. Llegan, dan su nombre o número -cada usuario tiene una ficha-, entregan las jeringas usadas, cogen las nuevas y se van. Otros, en cambio, tras el intercambio, entran a consumir en alguna de las salas de inhalación o de inyección. En este CAS -uno más de la red de toda la ciudad- hay seis salas de inyección, cinco normales y una para personas con necesidades especiales.

Asambleas de usuarios

La detección de las necesidades de los usuarios (y la progresiva adaptación de los servicios) las han ido haciendo siempre a través de asambleas en las que estos, los toxicómanos, toman la palabra. Deciden, por ejemplo, organizar un taller "de pintura libre al aire libre", del que salió una exposición en el centro cívico Drassanes. 

Entre los servicios médicos del centro tienen un servicio de análisis de las sustancias que se consumen (no está de más recordar que aquí, la droga, la traen los usuarios). Se estudian las reacciones, se investigan las nuevas sustancias...

Una tarde, a algunas mesas de Claudio, está Susana, abogada voluntaria del colectivo Alenjop. "A los toxicómanos los condenan en barbecho. Una multa de 150 euros puede convertirse en 10 días de cárcel", señala la abogada. "Hay muchos prejuicios hacia el toxicómano. Nosotros estamos aquí para defenderles y empoderarles. Que se impliquen en su defensa", concluye la letrada.

Y Alejop no es la única entidad que trabaja de forma voluntaria con ellos. La oenegé Adama también les visita y ofrece desde masajes hasta sesiones de coaching.

Nueva cartera de servicios

Con la<strong> nueva localización del CAS Baluard,</strong> el centro amplia (lo hará en breve) su cartera de servicios y ofrecerá también un tratamiento integral en adicciones por consumo de cocaína o heroína, pero también por alcohol, además de seguir ofreciendo los servicios de reducción de daños que ya ofrecía en la muralla (<strong>el alcohol es la principal sustancia en demanda de tratamiento en los CAS de la ciudad</strong> y se calcula que alrededor del <strong>5% de la población de Barcelona hace un consumo de riesgo de ella</strong>).