LOS NIÑOS DEL RAVAL

Al colegio entre narcopisos

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Helena López / Barcelona

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El recorrido es corto, viven cerca del colegio, pero salen temprano. El ritmo de un niño de tres años es el ritmo de un niño de tres años. Anda lento y se distrae con todo, aunque ha aprendido rápido, a la fuerza ahorcan, donde es mejor no pararse. Recorren primero Robador, donde saludan a un par de prostitutas, al lado de una mujer que vigila de día y noche, cuentan, la entrada de uno de los edificios al lado del Centro de Reducción de Daños (CRD), en el punto en el que la calle se hace estrecha. Allí se cruzan con un joven toxicómano al que también saludan. Son caras conocidas. Es usuario diario del CRD, donde acude a buscar jeringas nuevas, limpias y seguras.

Pese a ser el camino natural entre su casa y el colegio, evitan subir por la calle de las Egipcíaques, donde suelen pasar las horas sentados en la acera algunos toxicómanos y donde han tenido algún susto. Pasan por los jardines de la Biblioteca de Catalunya, en cuyos arcos suele haber también personas durmiendo, y no es raro ver restos de sangre en las escaleras de alguna de las entradas al palacio o botellitas de plástico del suero que dan a los toxicómanos para pincharse o el envoltorio de las jeringas. Los días peores, una o varias jeringuillas, y, los aún peores, a alguien pinchándose.

Tras los pese a todo señoriales jardines, la plaza de Joan Amades. Nueve menos cuarto de la mañana, ya. Dos educadores de calle con chalecos rojos, un artilugio de hierro y una maletita amarilla buscan jeringas para evitar precisamente que los niños del Milà i Fontanals, el Miquel Taradell, el Vedruna Àngels y el Labouré –colegios situados casi en línea-, se encuentren con ninguna a la entrada o a la salida del colegio. Pese a que hay 14 entre semana y ocho los fines de semana (y el propósito de fichar a entre cinco y ocho más, tras la intensificación de las quejas vecinales), “la presencia de heroinómanos en la zona es constante, con lo que por mucho que den vueltas los recogedores de jeringas, nunca será suficiente”, cuenta Laura tras dejar a su hijo mayor en el colegio mientras muestra en su móvil la foto de las jeringas que encontró hace unos días a las cuatro y media de la tarde en la puerta del Milà i Fontanals cuando iba a recoger a su hijo mayor al colegio.

La foto corrió por las redes sociales, igual que el vídeo de un hombre desnudo en el parque infantil del parque de Salvador Seguí, que grabó desde su piso esta misma semana antes de las nueve de la noche, cuando el parque aún estaba lleno de niños.

Denuncias gráficas en las redes

El problema es la venta de droga. Se pinchan aquí porque aquí es donde venden la droga. Pero no nos resignamos a que nuestros hijos crezcan en este entorno”, prosigue esta madre. En el Raval hace meses que lo tienen claro, el peor de sus males son los narcopisos, que están enrareciendo tanto el espacio público como el privado, para los vecinos que conviven con ellos en su misma escalera.

Naiara vive junto a sus hijos de seis y tres años en la calle de la Riereta, donde tienen controlados cuatro puntos de venta de heroína y donde una pelea entre narcotraficantes este verano fue la gota que colmó el vaso y desencadenó semanas de sonoras protestas, en ‘stand by’ por el 1-O (las hacían a las 10 de la noche y se confundían). “He llegado a encontrar excrementos de persona dentro del parque, entre los columpios, donde de noche pasa de todo”, cuenta la mujer, quien, como todos los padres de la zona, ha tenido que responder a sus hijos preguntas inimaginables en otros barrios a esas edades.

“Pobrecito, no tiene casa”

“Mis hijos han visto a un chulo quitarle a su niño de las manos a una prostituta para mandarla a trabajar. Y te hacen preguntas, claro”, relata. Ella les dice que no todos los niños tienen la suerte que tienen ellos, de tener una estabilidad. “El otro día a las cinco de la tarde nos encontramos a una chica drogada gritando en la puerta de uno de los narcopisos que qué mierda le habían vendido”, prosigue. Les dijo que estaba muy enfadada porque la habían engañado. Sus niños, ella se ha encargado de ello, tienen claro que los heroinómanos son enfermos, y que “los malos son los que les venden la droga, por eso a veces ven a la policía que se los lleven esposados”. “Están muy concienciados; ven a alguien durmiendo en la calle, algo muy frecuente aquí, y dicen, ‘pobrecito, no tiene casa”, concluye la mujer, quien añade que la droga no es el único problema de un barrio en el que "muchos vecinos son expulsados por la especulación inmobiliaria".

La situación ha hecho que la hija de Carlos, vecino de la calle d’En Roig, tenga un sentido muy desarrollado sobre la justicia a sus solo ocho años. “Me pregunta que por qué tenemos que aguantar que nos tiren pañuelos con sangre desde los pisos okupados, y cómo puede ser que se permita que vendan droga a personas enfermas, si eso solo hace daño a todo el mundo”, señala el hombre, miembro activo de la lucha contra el narcotráfico en la calle. “Mi hija está orgullosa de que sus padres se movilicen por un barrio mejor. Va al colegio fuera del Raval y explica a sus compañeros lo que estamos haciendo con orgullo”, prosigue el hombre, a punto de ser padre por segunda vez.

107 pisos vacíos en la zona

La concejala de Ciutat Vella, Gala Pin, señala que una de las líneas en las que trabajan es la localización de los pisos vacíos en las zonas más conflictivas- han localizado más de 100- para contactar con sus propietarios e intentar que los introduzcan en el mercado del alquiler. “La mejor manera de que un piso no lo ocupen los narcotraficantes es que ese piso lo ocupe una familia”, señala la concejala, quien reivindica que, en paralelo, "de las 38 entradas policiales en narcopisos en los últimos cuatro años, 27 han sido en los últimos dos años". En esa misma línea de trabajo, prevén multar a los propietarios que tengan los pisos vacíos más de dos años -tal y como permite la ley-, algo que, por el momento no se ha hecho, aunque han iniciado algunos procedimientos.

Adiós a la sala Baluard

Este domingo 1 de octubre será el último día de la <strong>sala de venopunción Baluard,</strong> abierta en la fortaleza de las <strong>Drassanes</strong> en el 2006 con vocación de provisionalidad. Este lunes será sustituida por el nuevo <strong>CAS Peracamps,</strong> que mantendrá la ampliación horaria iniciada en Baluard tras las protestas vecinales. "Abrirá a las siete de la mañana y estamos intentando ampliar también el horario por la noche", asegura <strong>Gemma Tarafa, comisionada de Salud del ayuntamiento. </strong>