Una gran Mercè que pendió de un hilo

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Carles Cols / Barcelona

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El pasado 20 de septiembre, el Día de las Manifestaciones Tumultuarias, según el nuevo ‘slang’ político, Movistar hizo el agosto en el Ayuntamiento de Barcelona, sectorial de Cultura. Que esta edición de la Mercè era extraña se sabía desde que el Govern de la Generalitat convocó para el 1 de octubre el referéndum. Pero el miércoles, las detenciones y la respuesta del bloque independentista dibujó, como se dice en estos casos, un nuevo marco. "Hay que suspender las fiestas". Eso se llegó a plantear en ese incesante cruce de llamadas y también de reuniones. No queda claro si la propuesta era para evitar males mayores (parece que no) o porque el padre de la idea consideraba que, ante lo excepcional de la situación política, aquí no se puede ni bailar la conga. La Mercè 2017 se clausura esta noche con el piromusical de Montjuïc, con unas cifras generales de público que empequeñecen a las del 2016, sobre todo sin anomalías (bueno, sí, una) y con el buen sabor de boca de que el proyecto de la descentralización de la fiesta ha sido un acierto.

La cuestión de las cifras suele levantar siempre suspicacias, pero en el Institut de Cultura de Barcelona piden que se confíe en sus sistemas electrónicos de recuento y en la buena fe de quienes realizan estimaciones. Hace un año, la fiesta mayor, piromusical incluido y con alguna episódica lluvia como contratiempo, se cerró con un balance de 1.263.000 espectadores. Este 2017, a falta aún de los datos del piromusical, el público asistente ha subido hasta los 1.312.000 espectadores.

Ciutadella, 4 días, 175.000

Más gente y, sin embargo, menos aglomeraciones, sobre todo ahí donde, para inquietud de los organizadores, más solían producirse, por ejemplo en la Ciutadella. La decisión de sacarle el tapón al parque y extender la programación a lo largo del paseo de Lluís Companys ha permitido que en cuatro días hayan pasado por esa zona unas 175.000 personas.

El parque de la Trinitat Vella, incorporado con cautela a la Mercè del 2016, se ha consolidado en esta edición con 30.000 espectadores. El circo del castillo de Montjuïc, con más trayectoria, suma 36.000, lo cual tiene su mérito, porque para el asalto a esta fortaleza hay que echarle ganas.

Tampoco están nada mal las cifras de las novedades descentralizadoras de este año, como el parque de Sant Martí, con 18.000 asistentes, y la plaza mayor de Nou Barris, agraciada la noche del domingo con la visita de la orquesta y el coro del Liceu. Unas 8.000 personas han pasado por ese espacio que, salvo sorpresas, como los demás repetirá en el 2018.

Música con mitin

El mérito de todas estas cifras (hay más, pero para qué aburrir) es que se han cosechado en su mayor parte a golpe de pequeños espectáculos, algunos de minúsculo formato. La excepción son los conciertos de la playa del Bogatell, con artistas con tirón, y ahí es donde ocurrió la mayor anomalía de la Mercè 2017, esa que el miércoles alguien planteó que había que suspender. Durante la actuación de Txarango, el sábado por la noche, se subieron al escenacio la diputada de la CUP Eulàlia Reguant y el dirigente de Podemos Albano Dante-Fachin, que desde que se ha convertido en la oveja negra del bloque ‘comuns’ sale más en TV-3 que la Melero. Antes, los músicos amenizaban los mítines políticos. El sábado, en el Bogatell, fue el mundo al revés. Calificar de incidente lo sucedido tal vez sea exagerado, pero fue una clara ruptura del guión pactado antes de las fiestas con los dirigentes del ‘procés’.

Invitados discretos

El balance de la fiesta, lo dicho, es sobradamente satisfactorio, aunque siempre hay que ponerle algún pero, ni que sea por mejorar cara al futuro. En esta ocasión, la ‘fava’ del ‘tortell’ ha sido la ciudad invitada, Reikiavik. Ya jugaba en su contra que sus antecesoras en esa condición de ciudad invitada fueron dos transatlánticos culturales como París y Buenos Aires, que se dice pronto. Pero no hay que menospreciar el carácter imprevisible de los islandeses. Lo común es que de ellos se jalee su respuesta a la crisis bancaria, por ejemplo, y se ignoren episodios sorprendentes. En junio del 2008, por ejemplo, llegó a las costas del país, montado sobre un bloque de hielo, un oso polar. No había pisado Islandia ningún oso blanco desde hacía 300 años. Pues bien, la inesperada visita terminó pronto. De un disparo. No se pretende aquí, con esta anécdota totalmente cierta, trazar un perfil del islandés medio, pero sí subrayar cuán lejanos son sus códigos, medioambiental y teatralmente. La presencia de Reikiavik en la Mercè ha sido tan efímera como la vida de aquel oso, al que, por cierto, días después siguió otro con idéntico destino.

Ha sido posible, con todo, saborear cine islandés, como ‘Bokeh’, versión isleña del ‘Mercanoscrit…’ de Pedrolo, en el CCCB, y otras joyas más, pero a la hora de la verdad ha habido una cultura invitada en la sombra que no ha pasado inadvertida para el público, la coreana, lo cual induce a sospechar que tal vez en la edición del 2018 de la Mercè la ciudad invitada sea Seúl. Como no es una decisión aún tomada y pedir es gratis, ahí va una propuesta. La Habana, por favor.