LA FIESTA MAYOR DE BARCELONA

Nace una calle, el paseo de la Mercè

La decisión de quitarle el corsé a la Ciutadella se revela como el gran acierto de la fiesta mayor del 2017

Mercè 2017

Mercè 2017 / periodico

Carles Cols / Barcelona

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El recién maqueado paseo de Sant Joan va camino de convertirse en el paseo de Gràcia de los barceloneses, siempre, claro, que se acepte antes que el paseo de Gràcia de verdad, al menos tal y como lo conocieron Josep Pla y un par de generaciones posteriores de compatriotas del ampurdanés, ya no es lo que era. La Mercè del 2017 se ha planificado, como cada año, con el propósito de enmendar errores de las anteriores ediciones, y uno apremiante era descorchar el tapón de la Ciutadella, airear tan buen vino de la programación de la fiesta mayor, evitar que el éxito de ese espacio terminara por ser su maldición, y por ello ha crecido sobre el paseo de Lluís Companys hasta el Arc del Triomf, antesala de Sant Joan. Vamos, que la Mercè ha bendecido a Sant Joan o, si se prefiere, ha consagrado lo que ya se veía venir, la metamorfosis de una calle.

Esas cosas pasan. Nou de la Rambla, la calle que nunca dormía, según el estupendo óleo que de ella hizo el periodista y escritor Francisco González Ledesma, fue en la Barcelona anterior al Eixample el lugar de las grandes protestas, más que nada porque era la línea recta más larga de la ciudad. Curioso. Con la caída de las murallas, surgió ese paseo de Gràcia del que, con ídem, el también escritor y periodista Guillem Martínez explicó que a finales del XIX era la zona de ‘cruising’ de la burguesía catalana, allí donde iban a pasearse para perpetuar su especie, y algo de eso probablemente habría, porque Pla, de nuevo él, destacaba de ese paseo su orografía, porque “como todos los planos ligeramente inclinados, dibuja un glúteo interesante en las señoritas que lo pisan”. Hay que apostillar aquí que el ‘zeitgeist’ de la corrección ha cambiado notablemente desde entonces.

Franquicia del Haight-Ashbury

Son esos un par de antecedentes oportunos para subrayar que no solo le ha sentado bien a la Ciutadella de la Mercè expandirse hasta el Arc del Triomf, sino que por el mismo precio le ha dado un nuevo empujón, puede que ya el definitivo, a ese renacer del paseo de Sant Joan.

A media mañana, por ponerle unas horas al relato, el interior del parque ofrecía un aspecto inusual, lo cual tiene su mérito, porque la Ciutadella luce el resto del año un cierto aire de franquicia del Haight-Ashbury de San Francisco, con funambulistas que a un metro del suelo cruzan de una palmera a otra, jóvenes estudiantes de estudiado ‘look perrofla’ tumbados sobre la hierba, diputados del Parlament, coreografías de tai-chi, ‘guiris’ en ‘segway’ y, sobre todo, mucho aroma a cigarrillos de aquellos que dan la risa. A media mañana del 23 de septiembre, sin embargo, la Ciutadella estaba extrañamente en calma y, he aquí la sorpresa, literalmemente alfombrada de pareos ‘king size’, como los que debe usar Brienne de Tarth para ir a las playas de Juegos de Tronos. También había manteros de la vieja usanza, de gafas y bolsos de pega, pero lo que llamaba la atención era esa ‘performance’ no programada de decenas, tal vez un par de cientos, de colosales pareos sobre el césped, del que apenas asomaban briznas.

Aquello eran, guste o no, los preparativos de un gran día. La Ciutadella aguardaba a esa hora tal vez parte del público que en aquellos instantes llenaba la plaza de Sant Jaume con motivo de la jornada castellera de la Mercè. A lo mejor aguardaba a quienes sabían que el día iba a ser largo. La cuestión es que a mediodía, en el concepto local del mediodía, o sea, las dos, hora de comer, la Ciutadella comenzaba a bullir y pasó con nota el primer examen obligado, el de la restauración.

40 'food-trucks', 40

Hace un par de años, la Mercè abrió un poco la puerta a los ‘food trucks’, los resturantes sobre ruedas, a cual más coquetón. Entonces se hizo con timidez. Aunque no eran muchas las camionetas, se las puso a todas juntas. Fue un error que pagaron con largas colas los clientes. De fallos así se aprende. Este 2017, la oferta es ya de 40 camionetas. Por sí solas, ya son un espectáculo. Hay 20 en el interior del parque y otras 20 en el paso de Lluís Companys. Desde la multiplicacion de los panes y los peces, y de eso hace 2.000 años, no se resolvía un problema de ‘catering’ con tanta solvencia.

Con la decisión de hacer expandir la Ciutadella durante la Mercè se ha ganado también mayor comodidad para disfrutar de los espectáculos. Es cierto que contribuye mucho a ello el hecho de que la fiesta mayor de Barcelona es, a estas alturas, un circo de siete pistas, con programación simultánea en la mitad de los distritos de la ciudad. Hay quien va a pasar el día al castillo de Montjuïc y hay quien elige el parque de la Trinitat, en la punta contraria del municipio. Hay quien se queda en el centro y hay quien se va a la Verneda. Todo es Mercè. Pocas parrandas del mundo pueden presumir de una descentralización tan decidida como la que pone en práctica el Ayuntamiento de Barcelona y, además, que le salga bien la apuesta.

Los Locomía de Corea

Lo difícil lo tiene el público, obligado a elegir, a fiar su apuesta al azar, porque la oferta es tan amplia que con la misma suerte con que se acierta a veces se falla. Por ejemplo. En el programa del paseo de Lluís Companys se había destacado en los días previos como indispensable es espectáculo de Tago, una compañía coreana que viaja con unos tambores que no desentonarían en Calanda, de esos que quitan el hipo. Buena parte del público aplaudió con ganas, cierto. La percusión nunca deja indiferente, pero visto con el morro torcido, Tago tiene un desconcertante aire a Locomía de Corea. Quien les haya visto actuar lo entenderá. Lo singular de la Mercè es que media hora antes, en otros escenario y sin tanto bombo, en el doble sentido de la expresión, actuaron otros coreanos, Croquik Brothers, que enamoraron al público con su ingenio y humor.

Formalmente, el espacio Mercè de la Ciutadella termina en el Arc del Triomf, pero al paseo de Sant Joan debería considerarsele ya parte de la fiesta. También en Sant Jordi es una suerte de refugio alternativo del día del libro y la rosa, alumbrado bajo la luz del llamado triángulo friki, el de la literatura del vicio y la subcultura. Y es también, desde la última reforma urbanística, entre la Gran Via y la Diagonal, el nuevo lugar en el que quedar para ir a comer. En 1920 (pocos lo recuerda) aquel espacio de la ciudad fue la primera sede la Fira de Barcelona. Ocupó los restos que quedaban en pie de la Exposición de 1888, aquella que, de nuevo según Pla, “liquidó la Catalunya provinciana”. Pasados casi 100 años, todo aquel espacio cobra un coherencia inesperada. Es el paseo de la Mercè.