El eco del atentado en el Chino

El Raval es un arrecife humano único, y el atentado del 17-A ha sido una nueva ocasión para certificarlo

El parque infantil de Salvador Seguí

El parque infantil de Salvador Seguí / periodico

Carles Cols / Barcelona

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La fotografía fue tomada desde un balcón de la calle de Robador a las 19.21 horas del pasado 17 de agosto, dos horas y media después, por lo tanto, del atropello terrorista de la Rambla. La calle, en la imagen, no es el ‘mercado’ que suele ser cualquier otro día al atardecer, pero, qué narices, allí está en mitad de la calzada la prostituta que tienta a un señor que pasea con lo que parece ser un cesto rojo, muy poco discreto, a un solo tono ‘pantone’ de ser fosforito, como muy inadecuado para ir de putas. A su lado cruza a paso ligero un fotoperiodista, seguramente por lo de la Rambla, pero el resto de la calle, aunque a medio gas, refleja una notable normalidad. Ese es el tema, el Raval tras el atentado. El sujeto de la frase no es la acción terrorista, de la que ya se ha hablado mucho, sino un barrio con un ADN sin igual, "solidario, canalla y anarquista", según las tres primeras características de ese genoma que se le vienen a la cabeza a Janet, portavoz de las prostitutas y, también, prostituta.

Otra foto interesante para situar el marco del relato fue tomada cuando pasaban 20 minutos de la medianoche. La cámara enfoca esta vez hacia la adyacente plaza de Salvador Seguí, en concreto al parque infantil, que le parecerá raro a los profanos que esté a 10 pasos de una calle consagrada a la prostitución, pero así es el antiguo Chino. A aquellas horas, que no se olvide, los Mossos d’Esquadra aún andaban sacando uno a uno, previa identificación, a los turistas y barceloneses que se refugiaron en pisos y locales, en busca del conductor de la furgoneta, pero en la plaza hacía rato ya que los críos se columpiaban ante la mirada despreocupada de sus padres.

A medianoche, los Mosso desalojaban uno a uno los locales y los niños se columpiaban en el parque. Es el Raval

Aquello no fue, cuentan en el barrio, un gesto de desapego con la progenie por parte de los padres, un gesto de inconsciencia cuando todo se hunde alrededor, tampoco una bilbainada en versión local, un ‘¿cómo que no puedo salir a la calle?’. Lo que sucedió es que buena parte de la vida en el Raval tiene lugar en la calle porque los pisos, los de siempre, no los de nueva planta, son pequeños y desvencijados, de modo que el 17-A, por la tarde, hubo quien hizo lo de siempre.

Las prostitutas, sin embargo, pararon la producción, por decirlo en términos fabriles. Vamos, que no se dio el caso de que algún cliente pasara varias horas encerrado con una obrera del sexo en uno de esos dos pisos que las mujeres de este colectivo tienen alquilados en la calle Robador para sus quehaceres, lo cual, visto con distancia, es una lástima, porque habría dado pie, cara al futuro, para un estupenda revisión teatral de ‘Una giornata particolare’, pero más lúbrica.

No fue así porque, tras tanta mediación, en el Ayuntamiento de Barcelona tienen el teléfono de prácticamente todas las prostitutas de Robador y se las llamó a casi todas (en Robador trabajan en distintos turnos unas 150) para que buscaran un lugar seguro donde esconderse. Según Janet, a mitad de agosto, con la demanda bajo mínimos, había pocas ejerciendo, unas 40. Algunas, sin embargo, desoyeron la recomendación. Ahí está como prueba la foto y el relato de quien la tomó, que no daba crédito al constraste entre lo que veía por la tele y lo que observaba por la ventana.

Habrá quien opine que poner el foco en qué pasó en la calle Robador tras el atentado y, más concretamente, en qué hicieron las prostitutas, es una ‘boutade’ periodística. Pues no. De entrada, porque se trata de una calle ya documentada con ese mismo nombre en 1363, lo cual impresiona. Merece documentarse todo cuanto allí sucede. No durante todos los siglos ha sido un bazar sexual, pero sí durante su historia más reciente: en los años del pistolerismo y el anarquismo, durante la república, mientras duró la dictadura e incluso tras la operación de maqueado general que se pretendió con motivo de los Juegos Olímpicos. Total, que en esa suerte de arrecife de coral que es el Raval, parece claro que las prostitutas son una especie endémica en el ecosistema.

El dolor del 17-A ha unido a prostitutas, musulmanes y manteros tras una misma pancarta, que se dice pronto

El atentado, explica Janet, las entristeció. Las conmovió. Las apenó. Búsquese el verbo que cada cual prefiera. Aquello ocurrió a las puertas del que es su hogar, y ya hace tiempo que, aunque de forma invisible para los ojos de la mayoría, participan de las preocupaciones del barrio. El pasado diciembre, por ejemplo, ya participaron con pancarta propia en una gran manifestación vecinal en contra de la subida de los alquileres en el centro, con todo lo que ello comporta. El pasado lunes, ya después del atentado, desde Robador fueron a la concentración de la comunidad musulmana en rechazo de la violencia. No era de extrañar. Muchos de los manifestantes son sus vecinos de barrio. Y el martes se movilizaron de nuevo, esta vez porque otra especie del arrecife arrabalero, los manteros, querían expresar en público su dolor, porque, controversias al margen, se sienten barceloneses como el que más.

El Sindicato de Manteros (sí, lo hay, esta ciudad es así, hasta tuvo un Gremio de Pobres años ha) pactó una tregua con la Guardia Urbana para recorrer el trayecto que separa la plaza de Catalunya de la de Sant Jaume y, una vez allí, que dos de sus representantes firmaran en el libro de condolencias en nombre de todo el colectivo. "La gente les aplaudía por la Rambla, y nosotras les acompañábamos, a esos 150 negros tan hermosos…", cuenta Janet. Finalizada la protesta, los manteros volvieron a lo suyo. La noche del miércoles, por ejemplo, volvían a ofrecer su mercancía en la Rambla, entre un círculo de velas y flores y el siguiente.

Según se mire, el de Robador en concreto y el del Raval en general, es otro modo de expresar que, aunque con pena por lo ocurrido, la vida continúa.