El ritual turístico de levantar torres de piedras amenaza los parajes naturales

El disparate de la litolatría tiene ya un video viral que alerta de los daños que causa esa práctica

La huella del absueso en una playa menorquina.

La huella del absueso en una playa menorquina. / periodico

Carles Cols / Barcelona

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En Galicia los llaman ‘amilladoiros’ y son, en la más mística de sus lecturas, pruebas pétreas del peregrinaje. Es decir, que camino de Santiago, el peregrino pone su piedra en la cima del montón por si, ¡toma ya!, llega el Juicio Final y hay que acreditar que se ha ido a visitar las reliquias del apostol a la Meca gallega. En Perú, a esos montículos de guijarros se les conoce como 'apachetas'. En Mongolia son los ‘ovoos’ y, a saber por qué, hay que dar tres vueltas a su alrededor antes de proseguir la marcha. Más elaborados son los ‘tsorteng’ tibetanos, muy puñeteros también, y si no, que se lo digan al capitán Haddock. “¡Pase por la izquierda, sahib”, le grita el sherpa Tharkey, pero él bastante tiene con no partirse la crisma y choca de frente contra uno de esos túmulos ceremoniales. Tienen más nombres. ‘Cairns’, en las islas británicas. Son todos ejemplos de litolatrías, hermosa palabra, literalmente la adoración de las piedras, pero bajo ese paraguas no cabe la moda que está pervirtiendo el paisaje del norte de Menorca, buena parte del de Formentera, el Cabo de Gata, algunas islas Canarias y que asoma el morro ya en el Cap de Creus. Llega una pareja o un grupo (tanto da) a un lugar paradisíaco, recoge un montón de piedras y levanta una torre en equilibrio. Es como una comunión paulocoelhista con la naturaleza. Filosofía paleozen. El ‘fast-food’ de la litolatría.

Pierre • Français from Voodoo Productions on Vimeo.

En otras culturas, la litrolatía es una anciana tradición. Aquí es más un 'fast-food' de filosofía zen

Esta moda, que no es nueva pero que va en aumento, ya tiene su micropelícula de denuncia. El título es conciso, ‘Piedra’, un trabajo de Voodoo Productions. El propósito de Txell Sabartés y Lalo García en esta obra es, en menos de tres minutos, exponer las consecuencias inimaginadas e indeseables de tal costumbre. La tontería no cesa. En el 2015, el Institut Balear de la Natura ya tuvo que dar un paso al frente y editó unos carteles explicativos sobre los perjuicios de amontonar piedras. La vegetación autóctona es frágil. Crece al abrigo de las rocas, igual que la fauna endémica. Las piedras, en una isla como Menorca, son una suerte de abrigo natural contra la evaporación y, en consecuencia, contra la desertización. Y luego está, claro, el impacto visual del disparate, lo absurdo de que un paraje natural salvaje haya sido alterado, que la huella humana esté presente se mire donde se mire.

Jaume Mascaró, antropólogo, filósofo y defensor del patrimonio menorquín, recurre a lo que él mismo reconoce que es una frase fácil, pero oportuna, para centrar la cuestión: “La cultura de masas es la cultura de la banalización”, dice.

El turismo y sus contraindicaciones es un debate que no cesa. Es políédrico y cada cara tiene su qué. Están los sueldos del sector, la parquetematización de los centros históricos, los pisos turísticos como arma de gentrificación masiva, las visitas ‘blitzkrieg’ de los cruceristas, la agonía del comercio tradicional…, y, según Mascaró, una faceta poco tenida en cuenta, la de los rituales turísticos. ¿Qué es un ritual turístico? Pues por ejemplo, la pareja que cierra un candado en un puente de tal o cual ciudad y tira la llave al río en señal de amor eterno. El caso más célebre es el del Pont des Arts de París, que como amenazó ruina por el exceso de peso obligó a las autoridades municipales a retirarlos todos, pero de esa práctica hay réplicas en decenas de lugares, como en Florencia, Nueva York, Canberra y Argel, por citar cuatro de cuatro continentes distintos. Es el peso del mimetismo lo que impide que pare la rueda, añade Mascaró. Hacemos lo que vemos, sin analizar las consecuencias. El clímax de este absurdo puede que sean, sin embargo, los candados que se venden ya abiertos en la réplica de la Torre Effiel de Las Vegas. Los dueños de aquel negocio han habilitado expresamente un lugar para para cerrarlos y que los enamorados se crean que así sellan su amor. Lo único que se les pide a cambio es que no tiren la llave desde lo alto de la torre. Por algo, ¡ay!, lo dirán.

Las Vegas, sin embargo, no es un paraje natural. Allá ellos. Las costas baleares, el Cap de Creus y el Cabo de Gata, sí, y de ahí que el gobierno de las islas tenga dedicarle tiempo y dinero a combatir la plaga de las torres de guijarros y rocas. En los carteles editados se recuerda a los visitantes que ese tipo de construcción tienen una función muy precisa en la cultura local, la de marcar el camino a los excursionistas. Si está a la derecha del camino en una bifurcación, indica que hacia la derecha es la senda correcta. Las decenas de torres de piedras en las calas del norte de Menorca y en aquí, allá y acullá de Formentera no tienen nada que ver con ello, no indican nada, salvo, ¡ejem!, que la conducta humana es en ocasiones de la complejidad de un puzle de dos piezas. Se suman dos fuerzas, la del mimetismo y la de las ganas de dejar huella, de decir ‘yo he estado ahí’. No está de más recordar que en las columnas de los templos egipcios se conservan a la perfección firmas fechadas de la soldadesca napoleónica, y de eso hace ahora 200 años.

El Gobierno balear lucha contra el disparate, con resultados aún escasos. ¡Si hasta hay un artista de las torres de piedras!

Las columnas de piedras florecen por la acción combinada de esas dos fuerzas y, tal vez, también por la parte de reto que aportan. Hay incluso un artista de esta disciplina, Bill Dan. Su obra es fácil de encontrar en internet. Lo suyo son los equilibrios aparentemente imposibles. Puro circo, lo cual le disculpa en parte, porque también es fácil econcotar en la red alguna que otra web que le pone mística a las construcciones de piedra. “Tu espíritu debe ser como esas piedras encaramadas una sobre otra. Las rocas son las experiencias de la vida. La columna eres tú”. No merece la pena añadir nada más. Esta todo dicho.