memoria de la ciudad

Barcelonas que solo sobreviven en el cine

Gracias a películas como 'Los Tarantos' o 'Distrito quinto' podemos seguir viendo rostros de la ciudad que ya han desaparecido

Quim Casas / Barcelona

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Lo escribió el teórico cinematográfico André Bazin: el cine embalsama el tiempo. Nada mejor que las películas para reflejar lo que han sido y son ahora las grandes ciudades. Barcelona ha cambiado mucho en los últimos 25 años. Los JJOO de 1992 no fueron ajenos a esa modificación del paisaje urbano que es, también, un cambio de hábitos y costumbres. No solo varían las casas, las calles, los barrios; cambiamos nosotros. La fotografía, por supuesto, nos ha legado imágenes imperecederas de la urbe barcelonesa mucho antes de las Olimpiadas: Xavier Miserachs, Francesc Català-Roca o Joan Colom. Pero el cine dota a esas imágenes de movimiento, en blanco y negro o color, con diálogos y sonidos. También el sonido de las ciudades ha cambiado, y eso lo reflejan las películas, nunca las fotografías o los lienzos.

El cine rodado en Barcelona ha embalsamado ese tiempo pretérito que no volverá. Algunas de esas películas resultan fundamentales porque han captado el proceso en directo: nada mejor que ver 'En construcción' (2001), el documental de José Luis Guerin, para entender en toda su magnitud la profunda transformación vivida por el barrio del Raval cuando se quiso lavarle la cara. No fue un exterminio, pero sí la modificación de toda una forma de vida a partir de la construcción de un bloque de viviendas y una reforma que nunca tuvo en cuenta lo que había sido el barrio (ejemplificado en el solar que Guerin empezó a filmar antes de la construcción). El director capturó ese cambio radical de manera admirable. Acudir ahora a sus imágenes es congregar una porción importante de la historia de nuestra ciudad.

Capital policiaca

Barcelona fue un gran centro de producción de películas policiacas durante los años 50 y primera mitad de los 60. Los lugares que reflejan esas cintas de estilo semidocumental en los barrios bajos, pero también los barrios altos y solitarios, casi una isla fuera de Barcelona a la que los protagonistas de estos relatos oscuros y nihilistas no podían acceder, apenas existen. Títulos como 'Apartado de correos 1001' (Julio Coll, 1950), 'Distrito quinto' (Coll, 1957), 'Los atracadores' (Francesc Rovira Beleta, 1962) o 'A tiro limpio' (Francesc Pérez Dolz, 1963) se rodaron en escenarios reales de esa Barcelona que el paso del tiempo ha transfigurado. ¿Quién se acuerda hoy de las Atracciones Apolo del Paral·lel, escenario de feria en el que transcurre el vertiginoso final de 'Apartado de correos 1001'?

Romeo y Julieta en las barracas

Rovira Beleta realizó un año después de 'Los atracadores' su revisión de la tragedia de Romeo y Julieta en clave gitana, 'Los Tarantos'. El filme inmortalizó, tanto o más que las fotografías de Ignasi Marroyo y Manel Gausa, el barrio del Somorrostro (donde nació la protagonista del filme, Carmen Amaya) y un enclave de barracas de Montjuïc del que ya no se conserva nada, como si la dura existencia de quienes allí vivían nunca hubiera acontecido.

Del mismo modo han ido desapareciendo los vestigios del denominado cine quinqui que explotó José Antonio de la Loma en 'Perros callejeros' (1977), 'Los últimos golpes del Torete' (1980) y 'Yo, el Vaquilla' (1985), ficciones documentales filmadas in situ en los suburbios barceloneses.

Bailaoras semidesnudas

En la misma línea debemos citar 'La bandera (1935), producción francesa rodada por Julien Duvivier en las calles del otrora barrio chino de Barcelona, con Jean Gabin en el papel de un hombre que huye de París tras cometer un crimen y pasa unos días en una pensión barcelonesa antes de alistarse en la Legión Española. En los paseos nocturnos del protagonista, Duvivier filma con toda naturalidad un cabaret, llamado La Criolla, donde las bailaoras de flamenco bailan semidesnudas en el escenario y los travestis se dedican a la prostitución. Antes del golpe de estado fascista, Barcelona era tan libre y canalla como la que más. Esa Barcelona no existe, o no existe de esa manera. El cine nos permite, aún, seguirle el rastro y no olvidarla.

Tampoco se conserva la Rambla que recrea minuciosamente 'La Moños' (1997), película de Mireia Ros sobre el popular personaje que define por sí solo un estado de ánimo en la parte baja de la ciudad en la década de los 30. Más cercana en el tiempo, la Rambla real de 'Ocaña, retrat intermitent' (1978), el documental de Ventura Pons sobre el pintor y activista LGBT José Pérez Ocaña, también ha sido víctima de la disolución: terrazas y tiendas de animales, tugurios y quioscos de cazalla, han pasado a mejor vida. Los turistas pasean ahora como antes se manifestaban lúdicamente Ocaña, Nazario y compañía.

Mendoza y Marsé

Otra Barcelona que por supuesto ya no existe es la que han rememorado los novelistas Eduardo de Mendoza y Juan Marsé, adaptados al cine con fruición. La arquitectura urbana, anarquista y criminal de 'La verdad sobre el caso Savolta' (Antonio Drove, 1980) y la urbe que bulle y crece entre las dos exposiciones universales de 1898 y 1929 en 'La ciudad de los prodigios' (Mario Camus, 1999), por lo que respecta a Mendoza. En cuanto a Marsé, la Barcelona de la posguerra, de los escombros, las minas y las 'aventis' de 'Si te dicen que caí' (Vicente Aranda, 1989); la Barcelona que opone el barrio del Carmel al de Sant Gervasi en 'Últimas tardes con Teresa' (Gonzalo Herralde, 1984) o la ciudad soñada de 'El embrujo de Shanghai' (Fernando Trueba, 2002). Marsé, en sus obras, mostró, al igual que Terence Moix, coóo las salas de cine servían de refugio fantasioso ante la aciaga realidad. ¿Qué queda de la ciudad retratada por Marsé y Mendoza? Bien poco. Solo los filmes, que ya no se exhiben en ese tipo de salas, nos recuerdan que una vez fue así.

La metamorfosis ha llegado igualmente a los escenarios reflejados en algunas de las películas más atrevidas que se rodaron en los 70 y 80. Por ejemplo la calle de Pelai de 'Bilbao' (1978), y la zona alta donde la pareja protagonista de 'Caniche' (1979) vive en un destartalado chalet. El director de ambas, Bigas Luna, fue uno de los mejores retratistas de los contrastes barceloneses. La tienda de diseño en la que Bigas estuvo involucrado, Vinçon, ya es leyenda también: en el 2015 dejó su céntrico sitio en el paseo de Gràcia a Massimo Dutti, el signo de los tiempos. Bigas inmortalizó la periferia de la ciudad, más allá de Sarrià-Sant Gervasi, con la vivienda de Pepe Carvalho en Vallvidrera de 'Tatuaje' (1976): tampoco queda mucho de aquella Barcelona preolímpica de Manuel Vázquez Montalbán. Otro cineasta independiente, Jesús Garay, santanderino instalado en Barcelona, fijó las laberínticas zonas industriales de la metrópoli en títulos como 'Més enllà de la passió' (1986) y 'La banyera' (1989). Hoy todo es más loft moderno que nave industrial.

Gaudí no se toca

Barcelona ha servido para simular lo que no es, por supuesto. Es un buen plató cinematográfico, así que no es de extrañar que la plaza Reial se convirtiera en una plaza de La Habana en 'El viaje de los malditos' (Stuart Rosenberg, 1976) o en el París del siglo XVIII en 'El perfume' (Tom Tykwer, 2006). Hasta Jim McBride decidió trasladar la historia de 'La tabla de Flandes' de Madrid a Barcelona cuando adaptó en 1994 la novela de Pérez Reverte: "Barcelona es una ciudad muy visual plásticamente", dijo entonces McBride, quien extrajo bastante partido de las calles y callejuelas de un barrio Gótico que hoy se ha transformado, aunque no de forma tan drástica. También entendió esa plasticidad Pedro Almodóvar al rodar en Barcelona 'Todo sobre mi madre' (1999): los escenarios de Gaudí (los interiores de La Pedrera-Casa Milà) son hoy los mismos, pero los alrededores del Hospital del Mar se han visto modificados desde entonces.

Los cineastas han captado, a veces con un respeto litúrgico innecesario, la Barcelona modernista de Gaudí: momentos significativos de 'El reportero' (Michelangelo Antonioni, 1975), 'Las rutas del Sur' (Joseph Losey, 1976), 'Tardes con Gaudí' (Susan Seidelman, 2001) y 'Vicky Cristina Barcelona' (Woody Allen, 2008) muestran el paisaje gaudiniano que no tiene pinta de cambiar salvo el remate definitivo de la Sagrada Família. De modo que estos filmes, como documento de la ciudad, representarán dentro de 10 o 20 años lo mismo que ahora y en el momento de su realización: cambian las calles, sucumben los antiguos barrios, desaparecen cines, teatros, bares y tiendas emblemáticas, pero Gaudí no se toca.