EL DRAMA DE LA VIVIENDA EN BCN

Los héroes del 'Bronx'

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Helena López / Barcelona

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La tranquilidad y la sonrisa con la que Valentina, visiblemente embarazada, y Gardel, su pareja, cuentan su historia podría hacer creer a quien les escucha que se trata de una ficción. No lo es. Las amenazas, el coche en llamas, las cucarachas, la basura, los cristales rotos, las llamadas a la policía, las puertas blindadas y el miedo que relata el matrimonio no forman parte de ningún 'thriller', sino de lo que fue el día a día de esta pareja y su hija de nueve años. Una realidad con la que convivieron durante un año en su propia casa, literalmente dentro de su bloque, en un barrio de las afueras de Barcelona, en el distrito de Sant Andreu.

"Esta esquina era el Bronx. Era suya. No podía pasar nadie", cuenta Gardel, quien sí pasaba, a la fuerza, y varias veces al día, igual que su mujer y su hija. Vivían allí, no podían hacer otra cosa. "Querían que nos fuéramos para hacerse los dueños del edificio, pero teníamos claro que no nos íbamos a ir. Estábamos en nuestra casa y teníamos que defenderla. Estábamos convencidos de que los que se tenían que ir eran ellos", insiste Valentina, quien, tras aguantar estoicamente, al fin duerme.

El matrimonio compró el piso de obra nueva en que aún vive en el año 2010. La promotora que lo construyó no logró vender ninguna otra vivienda y durante un tiempo estuvieron solos en la finca. "Era como nuestro castillo. Por la noche bajábamos a cerrar con llave", recuerda Gardel. En plena crisis inmobiliaria, la promotora decidió alquilar las viviendas, "pero a precios muy altos, así que los inquilinos se iban porque no podían pagarlos", señala Valentina.

La burbuja inmobiliaria

Finalmente, la empresa quebró y los pisos pasaron, como tantas otros, a ser propiedad del Banc Sabadell, entidad con la que el matrimonio tenía (y tiene) también firmada su hipoteca. "Empezaron entonces a okupar los pisos. Al principio era familias que los necesitaban, y no teníamos ningún problema con ellos. Iban entrando y saliendo, 'revendiendo' los pisos, pero todo estaba tranquilo. De hecho, a la última chica que se fue le dije que por favor que no se fuera, porque ya veíamos lo que empezaba a pasar", prosigue la mujer.

Lo que empezaba a pasar fue la ocupación de los cinco pisos vacíos del edificio, todos, menos el de Valentina Gardel, por un grupo de personas -"unas 20 o más", explican- que generaron serios problemas de convivencia, no solo en el bloque, sino en toda la zona. "Vivían de noche y dormían de día, y todo les molestaba. Al loro del vecino le tiraban huevos para que se callara; pero luego ellos llegaban a media noche cargados de maletas sospechosas, sin preocuparse por el ruido, y lo que no les interesaba lo tiraban al patio de luces sin miramientos", cuenta Gardel. "El tráfico de furgonetas en la esquina, que era suya, era una constante, igual que las puertas y los cristales rotos o los mazazos a cualquier hora de la noche", añade otra vecina de una finca cercana.

Las llamadas a la policía empezaron a ser una constante, también -una cosa llevó a la otra-, lo que enfadó y no poco a sus nada pacíficos vecinos. "Un día, con unos alicates en la mano, uno de ellos me dijo 'en mi país a los chivatos les cortan la lengua'", recuerda Gardel, quien otro día encontró un pasamontañas con un destornillador colocado de forma inquietante en su terraza, y un tercero su vehículo ardiendo en la puerta, actuación que la policía aún investiga.

Red vecinal

"Dentro de todo lo malo, lo bueno de todo esto ha sido la unión entre los vecinos. Hicimos un grupo de whatsapp y nos íbamos informando de cualquier movimiento", señala Gardel. Una vecina de la finca del al lado cuenta como, tras llamar a la policía, y estando aún los agentes delante, salieron al balcón y les gritaron: "Chivatos, chivatos, ya veréis!". La policía, asegura la mujer, de visita en casa del matrimonio, les recomendó que se metieran en casa, bajaran las persianas y cerraran las ventanas"Sentirnos tan vulnerables nos unió", coinciden.

Tras multitud de denuncias a la Guardia Urbana, a los Mossos d'Esquadra y al distrito, el ayuntamiento intercedió en la cuestión, planteada en un primer momento como un "conflicto entre privados". Finalmente el juez desalojó en abril a estas personas de la finca, y el Banc Sabadell aceptó ponerlas en alquiler social. Desde junio, todos los pisos están habitados por familias derivadas por los servicios sociales municipales procedentes de la Mesa de Emergencia Social.

"No tiene sentido que en Barcelona haya viviendas vacías. Hay mucha gente que requiere una vivienda, y no nos podemos permitir que entidades financieras abandonen o se despreocupen de sus pisos vacíos. En este caso Banc de Sabadell ha cedido en la mediación y hemos conseguido no solo dar tranquilidad a esta familia, sino cinco alquileres sociales para familias que necesitaban una vivienda. Este es el camino", señala Laia Ortiz, teniente de alcalde de derechos sociales.

"Caso de éxito"

La concejala insiste en que el 80% de las viviendas vacías de la ciudad están en manos de entidades financieras. "Lo que queremos es que el conjunto de viviendas de Barcelona cumplan con su función social. Mantener viviendas vacías para la especulación no solo tiene un impacto negativo para el derecho a la vivienda, sino un impacto en la convivencia, un impacto en los barrios", prosigue OrtizSituación similar a la que denunciaban los vecinos del Raval. 

Desde la PAH llevan todo el mandato instando a Ada Colau precisamente a que sea más dura con los bancos para 'recuperar' pisos vacíos. 

Ortiz plantea también la necesidad de revisar los protocolos de colaboración. "En algunos casos nos falta colaboración para proteger a familias vulnerables, y, en otros, como este, para priorizar los desalojos que afectan gravemente a la convivencia en los barrios; -concluye- los ayuntamientos tenemos que tener mayor capacidad para intervenir".

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