Las profes de la Modelo

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MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BARCELONA

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Celebraron la fiesta de final de curso el 6 de abril, pero no fue hasta dos meses después, el 7 de junio, cuando dieron la última clase. "Aquel día éramos cuatro maestras para cuatro alumnos", recuerda con tristeza Bàrbara Sentinella, una de las profesoras del centro de formación de adultos Jacint Verdaguer de Barcelona. La escuela, que en los tiempos de mayor apogeo llegó a tener 450 estudiantes inscritos "y hasta lista de espera", cierra definitivamente sus puertas este 30 de junio. Todos los alumnos eran internos de la prisión Modelo, " y al cerrar la cárcel, desaparece también el colegio", constata Xavier Aranda, su último director.

Los caprichos del calendario han querido que los últimos en abandonar el recinto penitenciario sean los profesores de los reclusos, que han de cumplir su jornada laboral hasta que termine oficialmente el curso escolar. Mientras llega el día, los 18 docentes que forman el claustro se dedican a empaquetar, a vaciar armarios, a cumplimentar papeleo y a cerrar expedientes. El próximo septiembre cada uno de ellos tendrá un destino distinto. "Unos van a ir a otras prisiones, otros tienen plazas en centros de formación de adultos convencionales y hay quien va a ir a dar clases a institutos de secundaria", detalla Anna Barrionuevo, otra de las maestras.

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"Impresiona ver estos largos pasillos completamente expeditos, sin barreras, con todas las cancelas abiertas", comenta Barrionuevo mientras transporta con algunos de sus compañeros unos libros desde la sala de profesores a un punto de recogida. Han recorrido ese tramo cientos de veces en los últimos años. "Cada mañana y cada tarde pasábamos por las galerías a recoger a nuestros alumnos. El funcionario gritaba '¡escuela!' y aquellos a los que les tocaba clase salían de la celda", rememora Sentinella. Había estudiantes de todas las etapas educativas: desde los analfabetos que aprendían a leer y escribir, hasta los universitarios, que cursaban grados en la UNED.

UN OASIS BAJO LA GRAN MOLE

La escuela -escuelita en realidad- debía de ser como un pequeño oasis para quienes vivían entre rejas. El centro, situado en una esquina de la mole imponente que es la Modelo, tiene un jardincillo, con su glorieta, su buena sombra y una pequeña estación meteorológica. Entre el 40% y el 45% de la población penitenciaria de Catalunya sigue algún tipo de formación mientras está reclusa, explica Xavier Aranda. Alumnos, pues, no faltaban.

"Muchos se apuntaban a clases solo por el hecho de poder salir al exterior y pasar un rato en este espacio tan verde", añade Sentinella, que daba clases a los estudiantes del nivel 1 de formación instrumental (FI). "A los analfabetos", precisa. "Al principio, la principal motivación de los internos era salir de la celda; luego, a medida que iban avanzando, a medida que iban ganando autoestima, venían convencidos", agrega.

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La de la Modelo era una escuela "sin libros de texto y por proyectos", interviene Isabel Paredes, profesora de idiomas. Una escuela "que utilizaba metodologías innovadoras para implicar a los alumnos", subraya Barrionuevo. Las paredes del centro todavía exhiben algunos de los trabajos hechos por los estudiantes, que no son muy distintos de los que lucen en un colegio convencional. "Eran hombretones, casi todos con historias tremendas a cuestas, y los veías tumbados en el suelo dibujando el cuerpo humano", recuerda Sentinella.

"El trabajo en valores era fundamental: el respeto, la tolerancia, las habilidades sociales, la no violencia", señala el director. ¿Y nunca se sintieron en peligro? "Nunca", responden. "Eran alumnos muy respetuosos con los profesores. Tenían claro que cuando venían a la escuela debían dejar fuera los malos rollos, incluso las rencillas que pudiera haber entre ellos", dicen.

PREMIO EUROPEO

Aunque estos días tienen mucho de tristeza, de despedida forzada, los profesores de la Modelo también motivos de celebración. El próximo 29 de junio recogen el Grundtvig Award 2017, una prestigiosa distinción europea destinada a formadores de adultos. "Es por un trabajo que duró dos años y en el que, además de nosotros, participaron educadores de internos penitenciarios de Polonia, Italia, Rumanía, Estonia y Turquía", cuenta Dolors Torner, coordinadora del proyecto bautizado como Second Chance (segunda oportunidad en inglés).

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La colaboración entre todos esos docentes, que durante este tiempo han estado intercambiando experiencias y conocimientos, ha dado lugar a un libro, en el que relatan 13 historias de vida de algunos de los alumnos, prosigue Torner. Son solo 13 de entre las muchas que han poblado este refugio a la sombra de la Modelo, pero son también, aseguran los maestros, "grandes historias de superación".