La plaza (otra vez) maldita

Las Glòries ha sido históricamente un agujero en la trama urbana de Barcelona, pese a las sucesivas reformas a las que se ha sometido

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EL PERIÓDICO / BARCELONA

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Pocas plazas en Barcelona (¡y mira que las hay!) arrastran una trayectoria tan maldita como la de las Glòries. Concebida por Ildefons Cerdà como uno de los polos de confluencia e intercambio que debían de ayudar a organizar la movilidad por la ciudad ensanchada, la que este jueves ha decidido suspender definitivamente el ayuntamiento es ya la cuarta reforma de calado que vive este espacio de más de 12 hectáreas. Ha sido, durante décadas, un gran agujero en obras. Y así parece que va a ser durante un tiempo más.

Los vecinos, entre resignados, incredulos y cabreados, llevan años reclamando que esa superficie de más de 12 manzanas del Eixample sea humanizada. Un espacio verde y de barrio. No es fácil. Por allí pasan, soterradas, tres líneas de tren y una de metro. Y cruzan tres de las principales arterias viarias de Barcelona (la Diagonal, la Meridiana y la Gran Via) y el tranvía. Por si eso fuera ya suficiente, hay también restos de reformas anteriores que, por no retirarlos, quedaron sumergidos bajo el suelo de la plaza. 

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A principios del siglo XX, las Glòries no era siquiera plaza. Era tan solo un descampado, situado en una zona de extrarradio, donde las vías de tren quedaban a cielo abierto y no era sencillo transitar. Pasos a nivel peligrosos, ausencia de transporte público y de saneamiento y presencia de prostitutas y personajes de dudosa reputación eran algunos de los elementos que poblaban la zona. "Daba miedo" recordaban los vecinos hace tres años, cuando este diario abrió sus páginas a los lectores para que explicaran sus recuerdos de las Glòries, con motivo del inicio de las obras ahora paralizadas.

LAS SUCESIVAS REFORMAS

Fue en los años del primer desarrollismo del alcalde Porcioles, en los 50, cuando se acometió la primera gran reforma. El proyecto inicial preveía la construcción de un anillo para el tráfico rodado, pero la infraestructura se quedó sin completar. En medio de una ciudad que crecía a pasos agigantados, quedó de nuevo otro gran descampado, cruzado por un entramado de calles y líneas de tren. Los transportes siempre fueron un tema mal resuelto en este nudo de comunicaciones difícil de organizar.

Hubo que esperar a los años 70 para que se empezaran a soterra las vías y apareciera un espectacular escaléxtric de coches en varias direcciones y alturas. Pero junto a ellos -y esto fue lo más celebrado por los vecinos- surgió un parque, con estanque incluido, que rompió la tradicional dureza del lugar.

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Duró hasta 1992, cuando los aires olímpicos que transformaron Barcelona, decidieron desmontar el escaléxtric y terminar de soterrar el tren. También acabó con el parque y su lago. Y se alzó el tambor, desmontado hace ahora tres años.

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Pese a los esfuerzos invertidos por políticos y urbanistas para que la plaza dejara de ser puro asfalto y tuviera algún rncón verde (se colocó un jardincillo en el interior del anillo y, un tiempo después, se creó el Bosquet dels Encants, junto al Teatre Nacional), las Glòries siguió siendo, para muchos, un agujero. Hasta hoy.