Seis falsos revisores del gas estafan 85.000 euros a 340 ancianos en Barcelona
A Manuela, una anciana de 84 años, intentaron estafarla hará "unos tres meses". Todo empezó con una llamada a su teléfono fijo. Al descolgar escuchó la voz de una mujer que dijo ser una funcionaria de la Generalitat. Le advirtió de que su instalación tenía que pasar una revisión, le preguntó si estaba sola y le informó de que por esa zona había dos técnicos que podrían visitarla enseguida. "A continuación sonó el timbre". Y aparecieron dos hombres vestidos con uniforme y con "la insignia de la compañía de gas" cosida a un costado.
Los supuestos revisores le explicaron a Manuela que "tenía los quemadores de la caldera atascados". Le pidieron "170 euros" en efectivo para cambiarlos. Les respondió que por ese precio prefería cambiar la caldera entera. "Se enfadaron, me dijeron que era peligroso tenerlos en ese estado, porque había riesgo de fuga". Manuela aguantó. "Se marcharon tan molestos que ni siquiera se despidieron", detalla.
Tras el portazo, llamó a la compañía del gas para relatar lo sucedido. La empresa respondió que ninguno de sus operadores había acudido a realizar ningún servicio a su domicilio. Añadió también que lo más posible es que acabara de salir indemne de una visita de unos estafadores del gas. Hay 340 ancianos, casi todos de Barcelona, que durante el último año no han tenido tanta suerte.
NOMBRES ANTIGUOS
Los falsos revisores del gas se han convertido en una plaga que se ceba en los ciudadanos más vulnerables de Barcelona. Los Mossos d’Esquadra acaban de desenmascar a 6 estafadores, integrantes de dos grupos que actuaban por separado, que habían engañado a personas cognitivamente deterioradas, de movilidad escasa o incluso gravemente enfermas. Entre las víctimas, de 84 años de media, hay ciegos o casos de alzhéimer.
Los estafadores "escogían" a personas "frágiles", explica el inspector Joan Coll, jefe de la comisaría de Nou Barris. Buscaban en el listín telefónico nombres que casaran con personas de la tercera edad (Angustias, Eustaquio, Eufrasio, Dolores, Engracia o Encarna). Con una llamada, confirmaban las expectativas.
LA VERGÜENZA DE LA ESTAFA
Se trata de delincuentes de nacionalidad española con antecedentes penales. En el 2016 ya fueron arrestados por el mismo motivo. Entonces trabajaban bajo el paraguas de una empresa legal (Servitec). Tras pasar a disposición judicial quedaron en libertad con cargos. Y volvieron enseguida a las andadas.
Los investigadores estiman que han estafado un promedio de 250 euros por víctima. En total, se habrán embolsado unos 85.000 euros. Aunque saber cuántos ancianos estafados hay en realidad es imposible. El subinspector Josep Antoni López, del Área de Investigación Criminal, da por hecho que la cifra negra es elevada. Muchos abuelos tenían miedo de denunciar para evitar que su familia, interpretando el suceso como una prueba de su fragilidad, "reaccionara metiéndoles en un geriátrico".
BARCELONA DESCONFIADA
A pesar de que casi todas las víctimas son ancianos de la capital catalana, y de las principales ciudades de la corona metropolitana, estos no eran precisamente fáciles de enredar. Tres de cada cuatro víctimas consiguieron zafarse del engaño. La situación se invertía en los pueblos más pequeños, no solo de Catalunya -hay denuncias de las provincias de Guadalajara, Valladolid, Santander, Caceres, Pontevedra, La Coruña o Valencia-. Allí encontraron "una mina", explica López.
La vulnerabilidad de las víctimas no significa que los estafadores descuidaran el modus operandi. De hecho todo estaba estudiado tan al detalle que el objetivo era impedir que, incluso después de la estafa, siguieran pensando que habían sido atendidos por profesionales de verdad. El plan incluía otra llamada telefónica que vestía la impostura de profesionalidad. Cuando los revisores ya estaban dentro del domicilio, sonaba el teléfono. Al anciano le preguntaban si ya había recibido la visita de los técnicos y, a continuación, pedía que este se pusiera al teléfono. Delante de la víctima, el impostor se identificaba con su número de empleado -"Soy Juan, número 165"- y, a continuación, devolvía el teléfono para que siguiera la conversación.
El secuaz entretenía al anciano con el auricular con preguntas creíbles sobre la instalación. Un tiempo que el falso revisor invertía en rastrear el domicilio en busca de joyas o de dinero en efectivo para sumar algún botín extra a la estafa. Salió bien hasta que le robaron dos ordenadores de Eufrasio, un anciano de 94 años, y él sí los denunció.
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